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Channel: Surrealismo Internacional
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El huevo salvaje

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Con su número 12, acaba la trayectoria de una excelente revista francesa, L’Œuf Sauvage, que animaba Claude Roffat. Este número contiene un trabajo de Joël Gayraud sobre Denis Pouppeville y de Marine Degui sobre Jean Benoît, y por su título no cabe duda que debe consultarse el de Nicole Esterolle: “Sobre la dictadura de la bufonería en el arte contemporáneo”. Es este avance infrenable de la estupidez en el mundo artístico (recuérdense los montajes parisinos de la pasada fiesta navideña) lo que ha acabado por desalentar a Claude Roffat, quien reconoce la decadencia del arte en los últimos veinte años, o sea los que coinciden con la trayectoria de L’Œuf Sauvage, en un mundo “cada día un poco más deprimente, más desesperante”.
L’Œuf Sauvage, “otra mirada sobre la creación”, surgió, “lejos de las modas y de la cultura dominante”, o sea en las antípodas de un arte “pervertido por los poderes del dinero, de la política y de los media”, bajo el signo de la frase definitiva que abre como una llamarada Le surréalisme et la peinture: “l’œil existe à l’état sauvage”.
Resta una bella travesía, a la que remitimos a los lectores:

António Dacosta

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António Dacosta, s.t., 1942

En su momento señalamos que, con motivo del centenario de António Dacosta (1914-2014), hubo una retrospectiva suya en la Fundação Gulbenkian de Lisboa, y se publicó un amplio catálogo sobre su obra. 
El catálogo, ya en mis manos, está muy bien ilustrado, aunque mezclando las dos etapas del artista, que son 1937-1948 y 1980-1990, y sin que en los dos ensayos se den las referencias a las imágenes comentadas, que hubieran permitido manejarlo con comodidad. El primer ensayo, de José Luís Porfírio, está muy bien, pero no así, por lo que respecta al surrealismo, el segundo, de Ruth Rosengarten, quien considera que, al comienzo de la segunda carnicería mundial, “la mayoría de los surrealistas europeos se encontraba geográficamente dispersa, haciendo carreras individuales, ya no unidos por su adhesión a un objeto común”. Aparte la deformación universitaria de las “carreras”, ello supone olvidar al grupo La Main à la Plume y el rápido aglutinamiento neoyorquino de VVV. Se dice luego que “es sintomático del atraso cultural de Portugal durante la dictadura salazarista el hecho de que los principales grupos surrealistas portugueses solo se constituyeran en 1948”, pero ¿qué decir entonces de Holanda, donde Brumes Blondes irrumpe en 1959, o de los Estados Unidos, donde el grupo Arsenal solo surge a fines de los años 60? Estamos, es obvio, ante la típica confusión del surrealismo con una vanguardia o un movimiento artístico. Se afirma, por último, que, cuando Breton y los exiliados regresan a Francia, no se dan “la oportunidad” ni el “impulso” necesarios para reagrupar el movimiento, cuando basta recordar el manifiesto Liberté est un mot vietnamien, de inicios de 1947 y el extraordinario relanzamiento de esos años, cuya excepcional importancia no es hace mucho que precisamente un estudioso portugués, António Cândido Franco, ha puesto definitivamente de relieve. En fin, todo se encharca definitiva y repugnantemente cuando se habla poco más adelante de la “misoginia surrealista”.
António Dacosta, poeta y pintor, fue uno de los pioneros del surrealismo en Portugal, tras haber conocido a António Pedro. Se estableció para siempre en París el año 1947, participando en la exposición de la galería Maeght, firmando Rupture inaugurale y estableciendo el lazo entre el grupo parisino y el de Lisboa. Dos años después dejaría la pintura tras haberse pasado a la abstracción, que era la moda. Sin embargo, en los años 70 reaparece tras la liquidación del régimen dictatorial y escribe una serie de prosas automáticas con Cesariny, una de ellas traducida en el catálogo de la gran exposición surrealista de Chicago (1976) y reproducida, con otras dos, y bajo el título de “El norte de Europa”, en el libro de Cesariny Primavera autónoma das estradas (nada de esto se señala en el catálogo). En 1999 se publicaron a la vez O trabalho das nossa mãos y Dacosta em Paris. Textos (Fundação Cupertino de Miranda), que vienen tras A cal dos muros (1994).

“A Phala”, n. 3, tomo II

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Richard Waara, cubomanía de postal, 2004-2005
El segundo tomo del n. 3 de A Phala está íntegramente dedicado a las “egrégoras surrealistas”, y se inicia con una serie de aventuras individuales en que encontramos textos e imágenes de Guy Cabanel, Silvia Guiard, Beatriz Hausner, Kathleen Fox, Susana Wald, Ludwig Zeller, Juan Bautista Cáceres Rodríguez, Paulo Jorge Brito e Abreu, Richard Misiano-Genovese, Silvia Navarro, Bill Howe y Lou Dubois. La mayoría de estos nombres es bien familiar a los lectores de “Surrealismo internacional”.
Lo que sigue es una serie de bloques dedicados a colectivos surrealistas, nueva evidencia de la plenitud actual del surrealismo, en una época de apoteósica alienación en que la música, el arte, el cine o la literatura (por no hablar de la belleza del mundo) hacen bueno aquel dicho de que todo tiempo pasado fue mejor. El surrealismo, como movimiento de revuelta y de afirmación,  es de las pocas cosas que resisten, y no es otra la razón que me hace a mí en particular proseguir permanentemente a su escucha, por completo ya desinteresado de la actualidad musical, artística, cinematográfica o literaria (cuando digo musical, me refiero, claro está, tan solo a las músicas populares, como el jazz, el blues, el rock o el fado, que andan todas de definitiva capa caída).
Estas aventuras colectivas no son todas las que hay, ya que para empezar falta el grupo de Analogon, que es el más rico, profundo y completo del movimiento surrealista, y faltan otros como el madrileño, el de Leeds, el de Chicago o el sueco, pero no es la intención de Sergio Lima mostrar la exhaustividad que tenía el almanaque de Brumes Blondes, sino tan solo referir dadivosamente algunas travesías cercanas a la del surrealismo brasileño, o que a él le han parecido que debían manifestarse en el proyecto de A Phala.

Miguel de Carvalho, "Tu m'as abandonné mais... je t'aimerais toujours, 2014

La primera de ellas es la que lleva a cabo la Cabo Mondego Section of Portuguese Surrealism, ya que desde el lejano primer número de la revista existe la alianza lusitana, encabezada entonces por Mário Cesariny, cómplice permanente de Sergio Lima al otro lado del océano. La CMSPS es un colectivo abierto especializado en el automatismo colectivo, aunque sus expresiones son múltiples. Aquí participan con poemas, collages, pinturas y dibujos Miguel de Carvalho, Pedro Prata, Nuno Moura, Claudia Sampaio, Luiz Morgadinho, Rui Pires Cabral, Seixas Peixoto, Manuel de Freitas y Cristina Vouga (Rik Lina aparece en las fotos de una de las acciones colectivas del grupo). Los cuatro collages de Miguel de Carvalho, excepcionales y de factura común, son muy novedosos; Seixas Peixoto y Luiz Morgadinho hacen dibujos acuarelados muy curiosos; Rui Pires Cabral inserta pequeños textos en unos collages estirados; Cristina Vouga combina la pintura y el dibujo, pero también esculpe...

David Coulter, collage

La segunda sección, muy amplia, se dedica a los surrealistas estadounidenses de Invisible heads, con Richard Waara abriendo el fuego en una intervención plural: un caso de azar objetivo, un poema y sus maravillosas cubomanías de diverso signo, cuatro de ellas a partir de postales de desnudos femeninos. Hay fotos de Raman Rao, poemas de Bill Wolak, un “Cuerpo transgresivo” de Jon Graham, cuatro de los espléndidos collages de David Coulter (en su caso, perdiendo mucho con la reproducción en blanco y negro, ya que son siempre deflagraciones de colores populares), un largo texto de Allan Graubard para una actuación del músico Butch Morris, dos dibujos de Byron Baker, un anticlerical foto-collage de Eric Bragg, un relato y un collage digital de Ribitch, un fragmento de la novela inédita de Paul McRandle El zar y Jano, un poema de Will Alexander, dos de Valery Oisteanu (uno de ellos, precioso, sobre Eugenio Granell), tres de los tan característicos dibujos de Timothy Robert Johnson (dedicado a Sotère Torregian uno de ellos, a Arshile Gorky el segundo y titulado el tercero Corazón palimpséstico), los poemas deTorregian a Arshile Gorky y un carboncillo de José Hernández. Es, sin duda, una poderosísima muestra.

Timothy R. Johnson, Corazón palimpséstico, 2014

El Groupe Surréaliste de Paris (y amigos) está representado con los dibujos de Guy Girard, los collages de Pierre-André Sauvageot (de su serie de las estatuas), un poema y una prosa de Claude-Lucien Cauët, una nota de Michael Löwy sobre la voluptuosidad, las esculturas de Virginia Tentindó, poemas de Hervé Delabarre, collages de Guy Ducornet, dibujos y poemas de Jacques Abeille, una prosa de Joël Gayraud y el juego del cuadro por teléfono, inspirado en una boutade de Laszlo Moholy-Nagy, quien decía que él le dictaba sus cuadros por teléfono a su asistente. Este juego fue propuesto por Michael Löwy: “La regla es simple: el primer jugador hace un dibujo (a ser posible en color) que le dicta por teléfono al segundo; este hace otro dibujo, según lo que ha oído, y telefonea con nuevas instrucciones a un tercero, etc.”. En total, se nos dan siete dibujos, de un juego que hubiera interesado mucho a Franklin Rosemont, autor del admirable, apasionante libro Wrong number.

Martin Guderna, Tercer ojo, 2010

Viajamos en seguida a la Costa Oeste canadiense, con textos e imágenes de Pnina Granirer, Gregg Simpson, Sheri-D. Wilson, Zac Odim, Jamie Reid, Michel Bullock, Leo Labelle, Lori-Ann Latremouille y Martin y Ladislav Guderna. En fin, la plana mayor del West Coast Surrealist Group, presentada por su principal exponente a lo largo de casi medio siglo, Gregg Simpson.
La Liaison Surréaliste à Montréal marca vanguardista presencia con el colectivo Les Boules, Jacques Desbiens, Enrique Lechuga (¡sorprendentes collages!), Sherri Lyn Higgins (un “Hombre vegetal”), Bernar Sancha, los Recordists, William A. Davison, North Mutator, un versátil David Nadeau (pintura, pintura-objeto y poema), Pascale Dubé y fotos de los preparativos de Songs of the New Erotics para la actuación en las jornadas de “La chasse à l’objet du désir”.

Enrique Lechuga, Mi esposa, mi amiga y mi amante, 2002

Sergio Lima reconoce la importancia excepcional de Lo que será reproduciendo su cubierta en la contraportada de los dos tomos, por lo que resulta insoslayable un apartado dé noticias “Del país de las brumas rubias”, con poemas e imágenes de Rik Lina, Pieter Schermer, Hans Plomp, Wijnard Steemers, Jörg Remé, Paul Bogaers (unas muy originales “fotografías extendidas”), Tenny Frank, Her de Vries y Laurens Vancrevel, este con el largo poema “Vampiro-amor”, que traduce el propio Lima, y con la introducción al maravilloso libro de Schlechter Duvall sobre Unica Zürn, acompañada de dibujos eróticos del artista y poeta indonesio (The adventures of Desirée, tres series de imágenes en color a partir de sendos dibujos de Unica Zürn, se publicó en 2009, con esta introducción de Vancrevel y un relato de la génesis de la obra por Richard Waara).

Schlechter Duvall, dibujo-aguada en The adventures of Desirée

Uno de los grupos más dinámicos y creativos del surrealismo en el último decenio (surgió en 2005), el Surrealist London Action Group, contribuye de manera reducida pero esencial (podría haberse incluido también alguno de sus muchos juegos, en que son maestros consumados). Es un gran acierto acercar al papel uno de los más importantes ensayos recientes del surrealismo, o sea la “Antropomancia” de Merl Fluin, acompañada de muy hermosas fotos en que vemos a un médico esquimal exorcisando unos espíritus diabólicos (¡fantástica!), a un danzante del fuego bainig (¡que no se queda atrás!), a un danzante chamán bouriate, un mástil ritual asmat, una danza hopi, una escena de danza y posesión candomblé, una máscara malangán y –todo un acierto su inclusión– la serie de metamorfosis del desnudo de la mora en la danza del sable, que Richard Waara realizó entre 2003 y 2007. No podían faltar los dibujos de Patrick Hourihan, completando el elenco dos dibujos colectivos y una foto de Paul Cowdell, homenaje a Giorgio De Chirico, que yo automáticamente sumé a los de Wilhelm Freddie, Alice Rahon, Rik Lina, Susana Wald y (también fotográfico) Emila Medková.

Paul Cowdell, De Chirico

Se cierra A Phala 3 con Brasil, pois claro! El ensayo de Sergio Lima se titula “La piedra de toque del fetiche/Hechizo del cuerpo objeto”, y versa, integrado en la línea de este número, sobre las irrupciones del cuerpo desde la novela negra y Sade. Profusamente ilustrado (de nuevo con muchas fotos de André De Dienes y las cubomanías de Richard Waara, pero también con imágenes fílmicas, alquímicas y eróticas), se ocupa de pronto, en una de esas carambolas a que nos tiene acostumbrado Sergio Lima, del dibujante norteamericano de los años 10-30 Rube Goldberg y su Profesor Butts, inventor de máquinas delirantes (poéticas, o sea en realidad anti-máquinas) que tuvo en los tebeos españoles un discípulo que aún recuerdo con mucho placer. Goldberg, dibujante de lo insólito, llama la atención de Sergio Lima por su fascinación de lo vertiginoso y de las seriaciones. También sorprende en este precioso ensayo la reflexión sobre los maniquíes, incluso Sergio Lima refiriéndonos, en un pasaje que recuerda “El traje de novio” de Agustín Espinosa, breve cuento conectado a Crimen, cómo se apasionó “perdidamente” por un maniquí de mujer de rostro muy maquillado: “Me hizo volver muchas y muchas veces al escaparate para quedarme allí enamorándola. Me hizo pasar noches de ensueño de las más alucinadas. Sin cualquier esperanza. Hasta la tarde en que desapareció del escaparate, sin que la sorpresa me permitiera preguntar a dónde se había ido”. Tras abordarse la cuestión del objeto, el ensayo concluye enlazando con las páginas del primer ensayo de la revista.
Titulándose este último apartado “Del grupo de São Paulo, Decollage y amigos”, encontramos aquí documentación de la exposición “El libro objeto y el no libro”, que tuvo lugar en octubre de 2013, collages y poemas de Renato de Souza, dibujos de Heloísa Pessoa, fotos de Fátima Roque, collages digitales y poemas de Nelson de Paula, collages eróticos y un poema de Alex Januário, collages de Maria Regina Marques y al final, para acabar como acaban las grandes fiestas, los fuegos artificiales Caramuru presentando los enloquecidos dibujos y collages de Zuca Sardan, con uno de los cuales cerramos también esta reseña.
Afortunadamente, aunque hay algunos despistes que hubieran sido muy fáciles de subsanar, este tomo no tiene las graves deficiencias del anterior. En su conjunto, A Phala 3 es un número potente y saturado de surrealismo por los cuatro costados (que en este caso no son cuatro sino ocho). Y ya nos ponemos a esperar por el cuarto, que confiamos resulte impecable de presentación, porque de resto no hay ni una puntualización que hacerle a Sergio Lima.

Zuca Sardan, dibujo-collage, 2015

Hacia una onirocrónica del surrealismo

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Frontispicio de Pierre-André Sauvageot
Guy Girard no cesa de presentar sus propuestas en las ya famosas autoediciones de Saint-Oeun, de las cuales componen su número quince (aunque sin numerar) estos Matériaux pour une onirochronique du surréalisme, número como es costumbre ilustrado por un precioso frontispicio de Pierre-André Sauvageot.
Matériaux pour une onirochronique du surréalisme, en su caso, se suma a tres anteriores títulos que exploran las posibilidades del onirismo: Abrégé d’histoire universelle vu en rêve, Manuel de zoologie onirique y Éléments pour une esthétique onirique. La idea es ahora “estudiar e interpretar la trayectoria siempre inacabada del surrealismo y su sombra inscrita en los sueños nocturnos de los surrealistas de hoy y de sus amigos”, teniendo como objetivo “la constitución colectiva de una onirocrónica del surrealismo”. Cómo no, Guy Girard procede en seguida a desgranarnos una serie de ejemplos propios que van de diciembre de 1982 (en que una voz femenina le da en la duermevela el “le la” detonador) a febrero de 2015, y en los que emergen, entre otros, André Breton, Jimmy Gladiator, Jean Benoît, Édouard Jaguer, Benjamin Péret, Jean Terrossian, Ted Joans, Salvador Dalí, Aurélien Dauguet, Josette Exandier, Marcel Duchamp, Juan Miró, Louis Aragon, Fabrice Pascaud, Annie Le Brun y Jean-Pierre Guillon, aunque se dan también el encuentro con el misterioso primer traductor español de Los cantos de Maldoror y una visita a la Calanda de Buñuel.
Como datos que descubro al echar un vistazo a mi agenda de fechas que me incumben, descubro varias curiosidades. La fecha en que ocurren unos hechos inquietantes en la casa de André Breton, situada en el laberinto de una población medieval, es la misma en que “desapareció” Nicolás Flamel (es bien sabido que aún anda por el mundo, aunque nos cueste imaginar, en medio de tanto horror, dónde puede haberse refugiado, sin duda ya en una final sedentarización): 21 de marzo. La visita a la exposición “La révolution surréaliste”, convertida en una jungla, tiene lugar un 7 de marzo, aniversario del nacimiento de Léo Malet y de Néstor Burma. Un 4 de abril nacía Isidore Ducasse, y un 4 de abril anuncia Marcel Duchamp su próximo suicidio, levantándose lentamente al extremo de un misterioso banquete. Por último, el 2 de diciembre de 1949 tuvo lugar la Ejecución del Testamento de Sade y el 2 de diciembre de 2014 visita Guy Girard una exposición en que descubre un cuadro de grandes dimensiones, que parece ser una extraña marina, firmado por... Annie Le Brun.
Como suele ocurrir cuando uno se lee a Freud, nada es menos extraño que actúe como enriquecedora de nuestra vida dormida la lectura de estos cuadernos oníricos de Guy Girard.

Amirah Gazel

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Amirah Gazel, Efigie del inconsciente IV, 1999

Acaba de publicarse, en edición costarricense de 50 ejemplares, la monografía sobre Amirah Gazel Metrópolis del inconsciente, con muchas ilustraciones y una larga entrevista hecha por Alfonso Peña, escritor y editor de la revista Matérika.
Amirah Gazel, artista de origen libanés, aunque nacida en Costa Rica en 1964, es conocida sobre todo por su asociación con Phases y por la creación del grupo Agorart en Amsterdam. Es una personalidad, como resulta tan frecuente en los ámbitos del surrealismo, plural, ya que ha cultivado el dibujo, la pintura, la fotografía, el collage, el arte objetual y la poesía.
Metrópolis del inconsciente comienza, antes de la entrevista, reproduciendo numerosos óleos recientes de esta soberbia artista que Édouard Jaguer llamaba “el baobab de oro”. Algunos títulos: Metafísico, Coloide rubí, Simbiosis, Sahara al mediodía, Retorno al origen, Viaje a la semilla, Grafiti acústico, Arpegio, El hijo de Ariana, Transmutación, Chamánico, Tántrico, Laberíntico.
Titula Alfonso Peña esta entrevista-conversación “Maniquíes, automatismo colectivo y megalópolis del inconsciente”. Amirah Gazel era hija de un comerciante en pasamanería, por lo que tuvo desde la infancia familiaridad con los maniquíes. Pero es que, además, ella misma va a reconocer la importancia en la gestación de su imaginario del período metafísico de Giorgio De Chirico.
Al detenerse en la creación del grupo Agorart, Amirah Gazel comenta su relación con los surrealistas: “No tuve ningún problema con el movimiento surrealista, nos identificamos inmediatamente y simpatizamos”. El surrealismo es para ella un movimiento “autónomo” y una “corriente exigente”, que dice “¡no a los oportunistas!”. Pese a las incontables censuras y descalificaciones que recibe por su carácter “cerrado”, “en su médula la tropa es resplandeciente, abierta a la reflexión”. Ella lo considera, ante todo, una “filosofía de la vida”, una manera específica de estar en el mundo.
Organizadora infatigable de exposiciones internacionales, de las cuales la última se anuncia para este año en Costa Rica (“Las llaves del deseo”), Amirah Gazel habla de las que ha llevado a cabo en Europa, sobre todo en Bélgica y en la República Checa, siempre en torno al surrealismo actual. Sobre la de 2004, “Al borde del pensamiento. Surrealismo actual”, celebrada en Bruselas, considera que pretendía “remover el óxido que estaba cubriendo al movimiento”, aunque la cronología con que se cierra Lo que será muestra que ese óxido no se ha dado nunca.
Abordando otros motivos, como el del collage, el de sus autorretratos o, por supuesto, el del automatismo colectivo, la entrevista acaba de enriquecerse y es una óptima introducción a otra de las grandes singulares del surrealismo.
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Dada la pequeña tirada de esta bella publicación, es una buena cosa que la entrevista aparezca también en el último número –décimo– de Agulha. La revista digital que anima Floriano Marins ofrece de nuevo mucho material de interés para el surrealismo, en concreto, aparte la entrevista de Adolfo Peña a Amirah Gazel, tres testimonios sobre André Coyné, un ensayo de Claudio Willer sobre Jorge de Lima, unos mensajes de Carlos Manuel Luis a Carlos Barbarito y una extensa entrevista a Celia Gourinski. Esta segunda entrevista, realizada por Juan Carlos Otaño e inserta ya en su página “archivosurrealista.com”, es muy importante por lo que se refiere a los protagonistas de la aventura surrealista en Argentina, desde Aldo Pellegrini hasta Alejandra Pizarnik (en cuanto a esta, encontramos por parte de Celia Gourinski un inteligente repudio de las motivaciones extraliterarias de su mitificación).

Ráfagas peretianas, de 1921 a 1959

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Benjamin Péret. La légende des minutes es un librito de cerca de 200 páginas compuesto de dedicatorias de Benjamin Péret, y con el plus de venir acompañadas estas de muchísimos dibujos de Jean-Claude Silbermann, llenos de una frescura e inventiva plenamente acorde con en este repertorio de pequeños cohetes en que se vuelca como en sus poemas o sus cuentos la fiesta permanente de la imaginación peretiana.
La selección sigue el orden cronológico de aparición de los libros del poeta y la hace Dominique Rabourdin, quien en el texto introductorio refiere cómo el título procede de la dedicatoria de Breton a Péret en los Manifiestos: “A Benjamin Péret, la leyenda de los minutos”. Precisamente se cierra el libro con una serie de dedicatorias de Breton a su amigo de “toda una vida”.
Hay dedicatorias estupendas –la mayoría–, y que hasta en ocasiones sirven como perfecta caracterización del feliz destinatario. Quien gana en cantidad y calidad es Toyen: “À Toyen aux yeux de mer où nagent des crevettes de chardons”; “À Toyen qui ne dort pas et vois ses rêves à travers les pierres”; “À Toyen l’amie incorruptible toujours parfaite”; À Toyen le cygne à tête de loup qui mange des hélices”; “À Toyen la chouette, baronne des carrières abandonnées” (Toyen era llamada por sus amigos surrealistas “la Baronesa”).
Con dos dedicatorias memorables aparecen Gérard Legrand (“À Gérard Legrand le fabricant de nids en nuages”; “À Gérard Legrand qui détient les secrets de l’antiquité”), Man Ray (“À Man Ray qui charme la lumière, la bat et la farde pour qu’elle devienne un animal ronronnant”; “À Man Ray l’œil qui révèle”), Adrien Dax (“À Adrien Dax, l’homme qui extrait les papillons des vents de sable”; “À Adrien Dax, l’inventeur de colibris”), Pieyre de Mandiargues (“À André Pieyre de Mandiargues la grande statue de sel brillant au soleil”; “À André Pieyre de Mandiargues le loup doré qui hante les châteaux déserts”) y Manou Pouderoux (“À Manou pours son sourire de bruit furtif dans un buisson pour son second sourire de lilas en fleurs pour tous ses sourires de soleils à travers les persiennes pour tous ses sourires qui m’entourent et m’habitent”; À Manou plus belle que le soleil dans les fôrets profondes, que dira-t-elle en sachant que je l’aime qu’elle me regarde nuit et jour”).
Otras que resalté en mi lecturas son las de Francis Gérard (“qui se pose sur l’autre versant de la colline”), Wolfgang Paalen (“qui tisse des toiles d’araignée d’une étoile à l’autre”), Eugenio Granell (“au boucanier son ami des îles”), Maurice Henry (“le lézard des icebergs bleus”), Mesens (“le phoque des glaces miroitantes comme des colibris”), Alice Rahon (“l’écume des vagues qui vient rafraîchir les ajoncs”), Jindrich Styrsky (“le grand chêne qui s’envole”), André Thirion (“le nénuphar des dents blanches”), Henri Espinoza (“le fantôme des automates”), Maurice Henry (“le réverbère sous-marin et vorace”), Joyce Mansour (“l’éblouissement de notre temps”), Gaston Puel (“l’héritier des hérésiarques”) y Robert Benayoun (“l’écran ondulant et frétillant qui simule une anguille”). Todas estas dedicatorias caracterizan poética y maravillosamente a sus destinatarios, pero la que se lleva el premio al humor es la que recibe uno de los grandes amigos de Péret en sus últimos años: Georges Goldfayn, “ami du peuple et soutien de sa mère, protecteur de sa concièrge et dresseur de son pingouin empaillé”.
¡Qué libro exquisito y qué gran idea reunir todos estos preciosos textos!
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En el año 2008, el número 22 del boletín peretiano Trois cerises et une sardine solicitaba de quienes tuvieran libros con dedicatorias de Péret el envío de estas para su reunión. Al punto envié fotocopia de la que Péret le hizo a Agustín Espinosa cuando su visita con Breton y Jacqueline a Tenerife en 1935. O no les llegó la carta, o acabaron por extraviarla o se la pasaron por los cataplines. Lo último es lo más extraño, ya que, por una parte, se trata de una gran dedicatoria, admitiendo el cotejo con cualquiera de las transcritas, y por otra ilumina a una figura sin la proyección de las más consagradas. Encima, hay espacio en blanco suficiente para haberla introducido sin problema alguno en la sección del libro en cuestión, que es Dormir dormir dans les pierres.
“A Agustín Espinosa, que se levanta como una montaña de espuma sobre una plaza pública”: no hay palabras que mejor condensen la figura del Espinosa que Péret conoció en mayo de 1935, cuando acababa de desafiar a la putrefacta sociedad canaria con la publicación de Crimen y seguía desafiándola con su apoyo total a la presencia de los surrealistas, a la exposición que tantas iras levantó y en seguida a la frustrada proyección pública de La edad de oro. Pero es que además Espinosa había sido, desde 1927, un provocador altanero de la estupidez y el miserabilismo reinantes en la sociedad de las Islas Canarias (reinantes desde su adscripción a la corona de los Reyes Católicos hasta el presente, que en estos aspectos nada se rezaga de los tiempos pasados).


Bretaña surrealista

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Estamos ante una publicación importante, cuyo título segundo, Le domaine des enchanteurs, es tomado de la exposición neoyorquina de 1960: “Surrealist Intrusion in the Enchanter’s Domain”, dirigida por Breton y Duchamp y organizada por José Pierre y Édouard Jaguer.  Título que le viene al libro como guante perfecto a mano mágica.
Les surréalistes et la Bretagne, de Bruno Geneste y Paul Sanda, es una de esas obras que estaban por hacer, y que idealmente hubiera pedido una edición de lujo; ello llegará algún día quizás, pero por ahora la función queda cumplida.
Paul Sanda dedica el libro a Sarane Alexandrian (“que fue para mí el ejemplo mismo del surrealismo vivo”) y a Alain-Pierre Pillet (que le descubrió la pintura de Tanguy). El prólogo se señala que debió haberlo escrito Jean Markale –a quien, por supuesto, se dedica un texto–, impidiéndolo su muerte en 2008; nadie, en efecto, más apropiado, pero esto señala de paso el temple del libro que comentamos, tan alejado de la engorrosa pedantería universitaria como lo estaban las fantásticas obras del gran Markale.
El prefacio es de Marc Petit, y titulado “Retorno a Brocelandia” pone en especial destaque tanto el papel revulsivo de los trabajos celtas de Lancelot Lengyel como el de la publicación de Arcane 17.
Se inicia en seguida una sucesión de pequeños capítulos la mayoría de los cuales enfocará figuras del surrealismo o de un modo u otro conectadas a él. El surrealismo es visto como “un modo de vida dotado de una alta exigencia de análisis, de reflexión y de revuelta”, y la “dinámica surrealista” puede “clarificarse” por el “signo ascendente”. Esto nos sitúa en un terreno genuino, sin duda, que permite abordar esa dimensión tan incomprendida del surrealismo: su “hermetismo de alto vuelo”. A André Breton se dedican varios capítulos alternados, incluidos los que tratan del decisivo encuentro con Markale en 1949 y del descubrimiento de la pintura de Filiger.
Entre las figuras abordadas las hay antiguas, en particular Saint-Pol-Roux y Tristan Corbière, y de la trayectoria surrealista, de Jacques Vaché a Jean-Claude Charbonel. A cada uno de los dos Yves, Elléouët y Tanguy, se le dedican dos capítulos. Sobre Elléouët se dice una vez más que frecuentó poco el grupo, pero lo cierto es que participó en sus revistas (Le Surréalisme, même, Bief, La Brèche, L’Archibras), en sus exposiciones (en la de “Éros” siendo además uno de los que intervinieron en el “Léxico sucinto del erotismo”), en sus tracts(de 1956 a 1967), en sus juegos (como en el de la palabra “mamou”, n. 3 de La Brèche), en sus encuestas (como la del cuadro de Cornelius von Max, n. 3 de Le Surréalisme, même) y en las célebres “noches del Ranelagh”, por lo que no se entiende esta insistencia en presentarlo como una figura solitaria, o poco motivada en el grupo. De Tanguy se recuerdan sus vacaciones de 1929 con Breton y otros en la Île de Sein (lugar que sería clave en Toyen) y las de 1938 en Trévignon con Roberto Matta y Onslow-Ford.
Otros nombres tratados, siempre con finura, son Jacques Baron, Benjamin Péret, Annie Le Brun, Jean-Pierre Guillon (“comedor de sueño”), Alice Rahon, Charles Estienne, Hervé Delabarre, Camille Bryen. Dato que no conocía es que Hervé Delabarre, Annie Le Brun y Jean-Pierre Guillon, antes de incorporarse al grupo parisino, aún estudiantes en Rennes, fundaron una revista llamada, burlescamente, Le Bigaro Littéraire, “a la cual el trío dio una neta coloración surrealista y libertaria”. En sentido contrario, con respecto a Jacques Baron se recurre a una nota biográfica de la fiable según y cuando Wikipedia, donde se dice insidiosa y tontamente que “su pertenencia al movimiento surrealista es superada por una inspiración muy baudeleriana y la búsqueda de un mito personal, sin que esa inspiración pretenda provocar ni «hacerse espectacular»”.
Lucien Coutaud, de quien es la portada, chocó con los surrealistas a causa de la exclusión de Brauner, no manteniendo de ellos sino “un recuerdo amargo”. Su figura está pues un poco cogida por los pelos, pero no tanto como las de Max Jacob, Angèle Vannier, Jack Kerouak y Léo Ferré. Sobre Ferré, nada hay en realidad que añadir a “Finie la chanson” (Le Surréalisme, même, n. 2). Kérouak, de ancestros bretones, aparece, por supuesto, solo por On the road, ya que su final produce bascas –y llamarlo el “Breton de América” es absolutamente inadmisible. De Max Jacob –rechazado por su conversión católica y su amistad con Cocteau– se dice que Breton rectificó su juicio sobre él en la Antología del humor negro, pero es un hecho que ahí no está incluido, ni recuerdo yo que se aluda a él especialmente. Sí es cierto que obras suyas, empezando por El cubilete de dados, están en la órbita surrealista, y que recientemente Lou Dubois pudo dedicarle un fantástico conjunto de collages acompañando una selección de sus textos (Le Max Jacob, en la colección “Il suffit de passer le pont”).

Lou Dubois, detalle de collage, en Le Max Jacob

Yahne Le Toumelin,
Última mañana en Kaer Sidhi,
1957
En cambio (sin ánimo alguno por mi parte de enmendar la plana), podían haber merecido la atención de algún capítulo Yahne Le Toumelin, a cuyos paisajes “habitados” y “desiertos” dedicó Breton un gran texto de Le surréalisme et la peinture, Pierre Roy, con sus representaciones del puerto de Nantes, y sobre todo Yves Laloy (el tercer Yves), nacido en Rennes y de quien eligió Breton una de sus pinturas para ilustrar la portada de la citada obra.
Espléndido es el posfacio de Jehan Van Langhenvoven, del que extraigo esta cita: “Leed/No leed fue una de las primeras órdenes de los surrealistas... ellos que en realidad no habían nunca, o muy poco, leído lo que ante todo convenía poner en las mazmorras. Ídem en materia de mitología greco-latina, patrimonio secular de la burguesía, en su conjunto o casi (papá Freud había allí ampliamente bebido) repudiado de entrada en beneficio de África, de Oceanía y, tierra parejamente ignorada, de la lejana y muy secreta Bretaña”.
El único punto oscuro de este tan sugestivo libro es la distinción que en la nota preliminar se hace entre “surrealistas históricos” y “surrealismo eterno”. No me parece ni bien ni mal que haya quien, apasionado por el surrealismo, se desinterese por los últimos avatares del surrealismo; si su apuesta es sincera y enriquecedora, como ocurre con Paul Sanda y sus amigos, no dejaré, a buen seguro, de interesarme por ella. En cambio, encuentro entristecedor, en esos casos concretos, la adscripción al gran bulo schusteriano del “surrealismo histórico” sucedido por el “surrealismo eterno”, tomadura de pelo de la que solo quedan algunos reductos flácidos y caducos en París y cercanías.

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Lo mejor que se puede decir de Les surréalistes et la Bretagne es que Jean Markale se hubiera encantado con este libro tanto como lo he hecho yo. Su lectura me ha hecho repasar la bella Guide de la Bretagne mystérieuse que Markale publicó en 1989 (de Europa, lo único que a mí me ha atraído siempre de modo especial es el Portugal telúrico, la Irlanda insular y la tierra bretona, todas bien hermanadas, hasta el punto de que muchas de las tradiciones y costumbres tratadas por Markale en su guía se asemejan inequívocamente a otras tantas que yo conozco de Portugal). En enumeración apelotonada, anoto aquí, aparte Brocelandia, lugares imantados como la isla de Gavrinis, La Bouëxière, el monte de Huelgoat (con la gruta de Arturo), las torres de Elven, la villa de Tolente, las Montañas Negras de la región de Laz (con la banda de Marion du Faouët), el pantano de Saint-Coulman, el Valle sin Retorno, las landas de Lanvaux (y su “hierba de oro”), Rothéneuf con las delirantes construcciones del abad Fouré; personajes como el druida Eón de la Estrella o la astróloga Tiphaine Raguenel; historias y leyendas como las de Sulim o la isla de Arz, o la del pulpo de Lufang, o la de los korrigans de las landas de Plaudren, o la de los trece granos de trigo negro, o la de los “pueblos cerrados” de Gourin, o la del castillo de Bréca, o la de la Orden del Armiño, o la del menir de Champ-Dolent... En fin, todo un mundo de prodigios, una cantera inagotable de maravillas que es la antítesis perfecta del prosaísmo apestoso en que ha desembocado Occidente.
Les surréalistes et la Bretagne incluye capítulos dedicados a algunos de esos lugares de magia, como la isla de Ouessant o Quimpercé. En cuanto a la Guide de la Bretagne mystérieuse, Markale no deja de apuntar en ocasiones al surrealismo: a Le rivage des Syrtes, de Julien Gracq, en el artículo de Locoal-Mendon, al pasaje Pommeraye como punto culminante del surrealismo de Nantes, lo que convoca los nombres de Breton y Mandiargues, y a la pintura de Yves Tanguy cuando se habla de las piedras sagradas de Locronan, donde él residió de 1912 a 1925 y que a juicio de Markale deben estar en la génesis de sus figuras, sin las cuales el surrealismo no sería lo que es, como tampoco sin esta Bretaña poética tan bien evocada por Bruno Geneste y Paul Sanda.

Jean-Claude Charbonel, Los guardianes de las runas, 1993

Surrealismo, arte, ciencia

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Excepcionalmente doy noticia en esta ocasión de un libro ya publicado hace algunos años: Surrealism, art and modern science (Universidad de Yale, 2008), a cuyo autor, Gavin Parkinson, ya conocía por su finísimo ensayo “La historia natural del surrealismo”, donde señalaba las limitaciones del enfoque a que sometió Walter Benjamin el surrealismo en su tan citado ensayo de 1929, corrigiendo principalmente el tópico de que el surrealismo es un movimiento ante todo “urbano”, para señalar la crucial importancia de la naturaleza como “un tropo significativo entre los lenguajes del surrealismo”. Ese trabajo de enorme interés fue publicado en el catálogo Surrealismos de la galería Guillermo de Osma, en 2003.
El nombre de Gavin Parkinson y la reciente minipolémica sobre surrealismo y ciencia me han llevado a hacerme con este libro excepcional, muy denso, muy documentado, muy brillante, acompañado de magníficas ilustraciones, y que además no aparece nombrado en Infosurr, lo que es señal de que puede haber pasado desapercibido para muchos (hay, en cambio, una escueta reseña de Mike Peters en el n. 1 de Phosphor).
Lleva esta obra el subtítulo “Relatividad, mecánica cuántica, epistemología”, y su objetivo es trazar la historia de las relaciones entre el surrealismo y la física moderna, fecundas en los años 30 y 40, hasta que los años de la Guerra Fría revelaran el verdadero rostro de la física nuclear y de sus antecedentes.
El primer capítulo se dedica a la física moderna y su filosofía, con especial atención a su recepción francesa. Ya entramos en materia más nuestra con el segundo: “Relatividad y epistemología. André Breton y Gaston Bachelard”. En los textos pioneros de Breton se detecta el uso del lenguaje electromagnético, y luego se estudia de modo óptimo su “Crisis del objeto”, muy basado en la ciencia de la época y en particular en el “superracionalismo” de Bachelard. Los objetos matemáticos fotografiados por Man Ray y que tanto atrajeron a los surrealistas (aquí mismo hemos reseñado el catálogo de la exposición que sobre ellos tuvo lugar hace un par de años), fueron también admirados por Bachelard, quien apreciaba en ellos su anticartesianismo. Esto permite a Gavin Parkinson –estudioso dotado de un conocimiento perfecto del arte surrealista de la época– aludir a los biomorfismos de Arp, a las figuras de Henry Moore, a las redes de Domínguez, a las búsquedas de Matta y Onslow-Ford, a las ideas duchampianas. Es, evidentemente, irrefutable que las ideas científicas de la época influyeron en el arte surrealista.
El capítulo 3 lleva por título “Epistemología y política. Gaston Bachelard y el surrealismo”. Parkinson cita mucho la entrevista que Domingo López Torres le hizo a André Breton en Tenerife, ya que debe ser el punto más alto que se registra en el fervor bretoniano por la ciencia, aunque a la vez sin ninguna ceguera, hasta el punto de advertir los riesgos de “formación de una nueva religión que sería, paradójicamente, la religión de la ciencia”. La física le parece entonces un campo pionero incluso más valioso que el psicoanálisis.
Gavin Parkinson estudia en detalle el impacto de las teorías bachelardianas en Breton, pero también en Éluard, Dalí, Crevel, Tzara, Mabille. Si Éluard era su poeta surrealista favorito (es poco imaginable que lo hubiera sido Péret), de quien estaba ideológicamente más cercano era de Mabille, con su síntesis arte/ciencia, su humanismo de raíces renacentistas y su optimismo beato (un día habrá que pasar a peine fino sus muchas declaraciones de exaltación de las máquinas y la tecnología), todo ello aún vigente en sus textos del año de su muerte, 1952, cuando en el surrealismo ya soplaban otros vientos. Hay sin duda una relación Bachelard-surrealismo en los años 30, pero que concluye en un lúcido alejamiento por parte de los surrealistas. Ese alejamiento es esencial, aunque parezca tomar como motivo la publicación del Lautréamont bachelardiano, un libro indigno del cisne de Montevideo, aunque no tanto como el de Marcelin Pleynet.
En las décadas de Cerisy (1966), hubo un “Bachelard y el surrealismo” desarrollado tontamente por Marie-Louise Gouhier, que ya concitó oportunas matizaciones sobre Bachelard de Michel Guiomar y Pierre Prigioni, pero para mí el punto de vista definitivo sobre Bachelard, por lo que respecta al terreno surrealista, lo expuso Bernard Caburet en La civilisation surréaliste (1976), dentro de una invectiva, precisamente, contra el mundo de las máquinas y la “mecasodomización” del hombre contemporáneo (aún embrionaria si atendemos al actual tecnofascismo). Tras señalar que la Razón se ha convertido en “la prostituta del poder y del complejo científico-técnico”, pone a Bachelard como ejemplo de una “doble vida” que favorece “la duplicidad y la mistificación”: “Bachelard supo muy bien entregarse alternativamente al día de la razón que reina en la ciencia contemporánea y a la noche de la imaginación que inspira la poesía, ofreciéndose muy naturalmente como el refugio ideal de la buena conciencia, como la coartada de un dualismo plenario, como el triunfo ejemplar y viviente de una doble conciencia feliz. Su desdoblamiento tan bien logrado y equilibrado, su doble vida no son felices más que para él y para quienes se complacen en identificarse con él. Hay ahí sin embargo un drama apacible, un conflicto latente en apariencia bien resuelto por Bachelard, enmascarando un problema que bajo el imperio de la razón fue siempre reprimido, no fue nunca planteado. La razón no es lo que se dice, no es aquello de que hace Bachelard la apología. Objetiva e históricamente, el superracionalismo bachelardiano funciona y funcionará como una garantía humanista, siempre solicitada para justificar la hegemonía técnico-racionalista de nuestra época. Pues si Bachelard nos hace comprender los medios renovados de la razón, no nos invita a interrogarnos sobre las finalidades reales de la actividad racional en los sabios. (...) La utopía bachelardiana es una utopía escolar, la de una escolaridad que se prolonga hasta extenderse sobre toda la existencia, o una utopía científica, la de la república de los sabios realizando «la unión de los trabajadores de la prueba», imponiendo una moral salida de la deontología del trabajo científico. ¡La sociedad futura será escuela o laboratorio! Si para la edificación de los jóvenes espíritus se gusta repetir que Bachelard llamaba a su mesa de trabajo su mesa de existencia, yo por mi parte encuentro inquietante esa virtud que nos promete como utopía la transformación de la mesa de la existencia en una inmensa mesa de trabajo”. Caburet cita entonces la reseña que Michel Serres ha hecho del tomo de las citadas jornadas de Cerisy, donde este dice con contundencia, al referirse a la intervención de Marie-Louise Gouhier: “Lo que Bachelard quiere edificar es un lugar científico donde la característica central será el control de todos por todos” –música que a mí me recuerda algo... Como Gavin Parkinson se limita a la era Breton, no hay referencia en su libro a este tan significativo texto de Bernard Caburet, que me ha parecido oportuno traer aquí a colación.
Este capítulo tercero estudia dos obras tan raras como valiosas: Le temps et le rêve, de John W. Dunne, y Imagination et réalisation, de Armand Petitjean, publicadas respectivamente en 1927 y 1936. La primera, traducida parcialmente por Queneau en 1932, la aproxima Gavin Parkinson a El amor loco, pero se trata de un libro con efecto de larga distancia, ya que Breton volvería a él en los años 50.
El capítulo cuarto lleva por título “Astrofísica y misticismo. Georges Bataille y Arthur Eddington”. Aquí y en el capítulo sexto, Parkinson se ocupa de las superficies litocrónicas, del influjo de Eddington en Sábato y Domínguez. Hay una referencia también, a Robert Benayoun, doble: por su descubrimiento de Charles H. Fort y ese asombroso libro que es Le livre des damnés, y por su pieza “La science met bas”. Le livre des damnés fue editado por Losfeld en 1955, con traducción y prólogo de Robert Benayoun, quien la presenta como un “catálogo vivo y poético de los prodigios inexplicables” (de ese personaje genial que era Fort es esta cita: “Me he cerrado a la sabiduría de los siglos, y este aislamiento me ha llevado a las hospitalidades bizarras: cierro la puerta de entrada a Cristo y a Einstein, y por la de servicio le tiendo la mano a las pequeñas ranas y a las hierbas locas”, que yo uno a esta de Albert Camus: “Cambiaría diez conversaciones con Einstein por una primera cita con una bella corista”, y esta de René-Guy Cadou: “La intuición poética sabe, sobre este mundo, algo diferente que Einstein”). En cuanto a la hilarante pieza “La science met bas” (que cierra el título homónimo, publicado en 1959, su personaje principal, el profesor Gottlieb, es caracterizado como “una mezcla poco probable de Einstein, de Gurdjieff y de Groucho Marx”; las réplicas de los sabios de esta farsa en que la ciencia es vista como una farsa son “intercambiables”, ya que “en era científica, no tiene el profano por qué considerar al hombre de ciencia con más respeto que el que le concede a los campeones de bicicleta, a las vedetes del music-hall o a las bailarinas de strip-tease”.
Mientras tanto, Bataille seguía con su Critique(donde le abriría las puertas a los Foucault, Derrida, Barthes, Blanchot) y su amistad con el físico George Ambrosino, empleado de De Gaulle en el Comisariado de la Energía Atómica a la vez que colaborador suyo desde Acéphale a Critique. En este aspecto, transitamos ya con el capítulo quinto a materia menos enrarecida, ya que trata de la inspiración de la mecánica cuántica en los cuadros de Matta, Paalen y Max Ernst. El sexto se titula “La relatividad y la cuarta dimensión”, y es ahora la vez de Dalí, con su “espectacular mezcla de Relatividad y psicoanálisis”, que Gavin Parkinson estudia en su asociación a la paranoia. Pero también es el turno de Caillois y su cargante “rigor científico”, otro de los no pocosequívocos que jalonan la trayectoria del surrealismo (no pocos, pero tampoco muchos, si se piensa en lo larga y accidentada que ha sido esa trayectoria). Un equívoco que, como advierte muy bien Gavin Parkinson, se arrastró desde su primera intervención en el surrealismo, o sea desde su artículo en el n. 5 de La Révolution Surréaliste.
Y así llegamos al verdadero meollo de la cuestión, aquí situado en la “coda” del libro: “Física nuclear y Guerra Fría. Surrealismo y Salvador Dalí”. La oposición sería entre el “escepticismo” del surrealismo y el “misticismo” de Dalí, pero ya las derivas dalinianas no carecen de sentido alguno para el surrealismo, y el capítulo solo interesa por lo que respecta al rechazo terminante que los surrealistas hacen de la física nuclear en los años de la llamada Guerra Fría, no dejando de ser un dato capital que París había sido un lugar decisivo en la física nuclear de los años 30 y que Francia no se adelantó en crear la primera bomba atómica tan solo a causa de la invasión nazi. En 1945, es muy curioso saber, gracias a Parkinson, que, cuando Breton visita las reservas de los hopis y los zunis, acababa de tener lugar muy cerca de aquel territorio la primera explosión nuclear, dato que Breton desconocía.
Los surrealistas, en un primer momento, no condenan la barbarie nuclear, según Gavin Parkinson, por dos causas: su utopismo (que los ha llevado en no pocas ocasiones a evitables credulidades) y el temor a ser confundidos con las fuerzas religiosas que esgrimían esa condena. Así, en el catálogo de la exposición de 1947, hay una serie de textos sobre la ciencia, pero ninguno va en esa dirección: “ni un solo texto aprovecha la oportunidad para condenar la bomba, el poder de los físicos modernos, la irresponsabilidad de la física, la industrialización y militarización de la Gran Ciencia”. ¿Pero no se debería ver lo que había de repudio de todo ello en el giro que esta exposición daba hacia las ciencias tradicionales? Sea como sea, el año clave va a ser el siguiente, cuando André Breton publica La lámpara en el reloj, manifiesto cuya publicación llevó en portada un fotomontaje de Toyen (una lámpara de petróleo incandescente brillando en el interior del reloj de Praga) y que Gavin Parkinson estudia como un ensayo “transicional” en la interpretación surrealista de la física moderna, como el principio del fin en la historia de estos amoríos del surrealismo. Se había fundado entonces el Movimiento para la Paz, apoyado por Picasso y su paloma, Éluard, Aragon... pese a que el Partido Comunista Francés le había dado la bienvenida a la bomba de Hiroshima en L’Humanité y a que la prensa comunista francesa saludaría con entusiasmo la primera explosión nuclear soviética, que tiene lugar en 1949. Gavin Parkinson cita estas palabras de Breton: “Por más que nos interrogamos sobre lo que puede incubarse bajo los rizos del profesor Einstein o proliferar tras el duro cepillo del extraño camarada Stalin, no: no era en realidad de tan suprema escena de cacería de lo que se trataba”. Pero este admirable texto, que acababa con la celebración de Malcolm de Chazal, merecería citarse en su integridad.
Ya en los años 50, con la expansión de la política nuclear francesa (y hoy Francia se ha convertido en un polvorín de centrales nucleares que hace aconsejable evitar su visita cuidadosamente), menudean las reacciones surrealistas a todo ello, en Médium como en los textos de Breton. Capital al respecto es la entrevista sobre arte y ciencia que Breton da a la revista Arts en 1952 y que cierra el volumen de entrevistas de Parinaud, por no hablar del tract del grupo“Desenmascarad a los físicos, vaciad los laboratorios”, publicado en 1958. Ambos textos señalan el carácter destructivo de la ciencia y la tecnología, y no hay nada que a mí en particular me haya hecho cambiar un ápice la visión que en ellos se expresa, dejando de lado que aún estoy esperando se me muestre que la ciencia occidental, incluida su tan relativa (a pesar de sus pretensiones absolutas) “teoría de la relatividad”, haya respondido jamása ninguna cuestión esencial.
Y ello me hace pensar en un gran ausente del libro de Gavin Parkinson, lo que era inevitable: Antonin Artaud, cuyo nombre nunca aparece nombrado en el largo ensayo y solo una vez, y sin significación alguna, en sus casi mil notas. Antonin Artaud, cuya grandeza de espíritu lo llevó a no participar en Un cadavre ni a definirse jamás como un “enemigo” del surrealismo, como sí hizo Georges Bataille (enemigo, para colmo, “del interior”). Y es que Artaud lo que pretendía era acabar con el tinglado occidental, no contentándose, como algunos surrealistas, con la sustitución del sistema capitalista por otro socialista, en el peor de los casos ni siquiera contemplando la liquidación del Estado. Así, la cuestión de la física moderna no podía ni planteársele, ya que su rechazo de la ciencia occidental era radical. En el surrealismo, en cambio, resurge de vez en cuando el remozamiento de la ciencia, que más allá de ser un motivo de curiosidad resulta que ya sería otra, como, pasándonos a la política, se intenta dar nuevos créditos a consignas tan obsoletas como la de “¡Todo el poder a los soviets!”
Pero nos alejamos ya, con estas digresiones, del objetivo trazado por el libro de Gavin Parkinson, una obra extraordinaria, que ilumina plenamente la cuestión tratada y que está llena de aportaciones valiosísimas para comprender mejor una gran parte del arte surrealista de los años 30 y 40.

IchiroFukuzawa, La ciencia ciega la belleza, 1930


Novedades

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Dark Window Press edita esta maravilla de John Welson y David Greenslade. De Welson son unas veinte ilustraciones magníficas de forma y de color, y de Greenslade correspondientes poemas en gaélico escocés, que es como decir en chino. Algunas de las pinturas de Welson podrían haber convertido el diálogo de mariposas que en el último número de A Phala hacían Renzo Margonari y Leandro Santos en un aún más bello triálogo.


Pero hay más novedades bibliográficas.
En castellano, la Obra poética completa de César Moro, en la colección Archivos, con una historia de su recepción crítica y un centenar de reproducciones de sus obras plásticas.

Collage de Pierre Rojanski

En francés, cinco actualidades: Dépêches aux dés de Claude-Lucien Cauët, Les coulisses du plomb de Guy Girard (con prefacio de Jean-Pierre Lassalle), Le boudoir de la langue de Alain Roussel (con ilustraciones de Georges-Henri Morin), Au bon plaisir de la géante de Guy Cabanel, Jacques Abeille y Alain Joubert y Imagerie d’Épinal de Anne-Marie Beeckman (con collages de Pierre Rojanski). Además, una nueva obra de Radovan Ivsic en Gallimard: Rappelez-vous cela, rappelez vous bien tout, que pronto comentaremos aquí, y una selección de los sueños de Stanislas Rodanski pertenecientes a cinco cuadernos depositados en la biblioteca de Jacques Daucet (Rêves, L’Arachnoïde).
Y en rumano unos textos, en francés otros y en inglés otros, el n. 5 de los Caietele Avangardei dedicado al gran Gellu Naum. Coordina Ion Pop y entre las colaboraciones las hay de Dan Stanciu, Valery Oisteanu, Sebastian Reichmann y Petre Raileanu.

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Las ediciones de La Vertèbre et le Rossignol publican un fanzine dedicado a las actividades del colectivo Device Scribbles, “laboratorio de creación numérica colectiva” animado por el pintor y escultor Stephen Kirin, colaborador de Patricide, y del que forman parte nombres del surrealismo, en concreto David Nadeau, Shibek, Dale Houstman y Jean Patterson. Entre el 15 de junio de 2014 y el 15 de junio de 2015, por medio de un “grupo facebook”, procedieron a la modificación de las imágenes enviadas entre ellos, generando así una interesante cadena de metamorfosis, de que da cuenta esta publicación. El grupo se disolvió el 15 de junio con un picnic en Hampstead (Inglaterra).

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Richard Misiano Genovese continúa con sus fascinantes superimposiciones, de las que aquí vemos una. 
Por otro lado, aunque su aventura es de carácter sobre todo personal, en la página de La Belle Inutile, sección de “Tecnología”, puede verse cómo le aplica las leyes poéticas a lo que menos se hubiera esperado: a los siniestros códigos de barras del capitalismo mundializado.

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En S. Paulo tiene lugar esta exposición conjunta de dibujos y acuarelas de Heloisa Pessoa y Marina Martinelli, “Naturaleza interior”. 

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En la Biblioteca Municipal de Nantes tiene lugar una exposición dedicada a Claude Cahun, con fotos, dibujos y escritos.
A la vez se lanza el Toyen de la colección Phares (Sevendoc), que con infinitos temores esperamos conseguir próximamente.
El n. 5 de L’Échaudéincluye precisamente una sección Toyen, con un texto de Alain Joubert

Grupo Surrealista de Madrid

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Nada menos que cuatro pequeñas publicaciones del surrealismo han surgido muy recientemente en la capital española.


El Grupo Surrealista de Madrid da a conocer el juego de la tienda de lectricidad, con la foto de fachada de la tienda de Electricidad de Pablo, a cuyo letrero se le ha caído la E inicial, y un texto compuesto utilizando las respuestas de algunos de los componentes del grupo (Eugenio Castro, Andrés Devesa, Javier Gálvez, Jesús García, Bruno Jacobs, Lurdes Martínez, Julio Monteverde, Noé Ortega y José Manuel Rojo) a la pregunta “¿qué objetos podríamos encontrar en esta tienda de lectricidad?” Una de las seis páginas de esta típica publicación despegable a que nos tienen acostumbrados las ediciones Solsticio procede a la parodia de la Ley de Ohm, por lo que es fácil detectar la autoría de Javier Gálvez, sumándose aquí a las ya hechas, en su labor de “materialismo poético experimental” (José Manuel Rojo), con las leyes de Pitágoras, Arquímedes, Rudolf Clausius, Lord Kelvin, Boyle-Mariotte y Edme Mariotte. Y es que “la ley de Ohm establece que la intensidad poética que circula por un conductor, circuito o resistencia, es inversamente proporcional a la resistencia de lo Real (R) y directamente proporcional a la tensión de la Imaginación (E)”, a lo que sigue la ecuación matemática que describe esa relación.
Corteza de lengua, como El juego de la tienda de lectricidad, ha sido editado por Solsticio, en este caso Javier Gálvez y Bruno Jacobs procediendo a una selección de frases de distintas lenguas en las que “el sentido poético mina su sentido lógico”, “ahora que de un tiempo a esta parte, y gracias sobre todo a que ya no está permitido perder el tiempo, a que la tecnología ha convertido la inmediatez en uno de los paradigmas esenciales de nuestra época, el lenguaje cotidiano se ha reducido a una funcionalidad sincopada”. Este es un terreno muy fértil, plagado de sorpresas, en que las monografías etnográficas de los pueblos del mundo tienen mucho que decir.
En Ardemar, al mismo tiempo, han aparecido Por una topografía erótica de la ciudad, de Javier Gálvez, y la traducción de un texto de Alain Joubert. El texto de Joubert no es otro que “Mecánica popular”, que formó parte del catálogo de “L’Écart Absolu”, última de las exposiciones organizadas por André Breton y exposición visionaria donde las haya. En el catálogo eran abordados los siguientes temas modernos: la conquista del espacio, el culto de la natalidad, los espiritualismos, la publicidad, la tecnocracia, la “mujer uniformada”, la política del ocio, el culto del deporte, el mito del trabajo y, por Joubert, el culto de la máquina incluido el del ordenador, que entonces aún balbuceaba. En esta nueva versión encontramos, junto al texto de Joubert (que se abre con unos aberrantes ejemplos del amor al automóvil, ese monstruo canalizador de tantos desvíos psicóticos y sublimador de tantos complejos de inferioridad), el pasaje de Joyce Mansour sobre el Desordenador, incluido en el n. 1 de L’Archibras, y una de las dos fotos del Desordenador realizadas por Suzy Embo:


El precioso texto de Joyce Mansour (“Elementos mnemotécnicos para un sueño futuro”) no aparece incluido en el volumen de prosa y poesía suyo publicado por Actes Sud, por lo que Stéphanie Caron lo presentó y comentó muy bien en el n. 26 de Pleine Marge. En las diez casillas de la foto aparecen las imágenes obtenidas por el Desordenador al actuar, según el método del desvío absoluto, sobre “los componentes esenciales del principio de realidad, considerados en su más evidente actualización”. A la izquierda, el alfabeto de los vagabundos, la rueda oval y el espejo de alondras; en segunda fila, la mujer modernista y el panel Azar; en tercera fila, el rey de las ratas y el buen apartamento cálido; y a la derecha el tambor reventado, la pelota alambrada y la cadena de panes. Se corresponden (salvo algún error mío) con el maquinismo, la tecnocracia, el cosmonautismo, la “liberación” femenina, el ocio, la natalidad, la publicidad, el neo-espiritualismo, el deporte y el trabajo. La pelota de béisbol envuelta en una red de alambres, por cierto, la esgrime en medio de una multitud Jean Benoît, siempre con su cachimba y su aire de bon vivant desafiante, en una memorable foto reproducida en el n. 3 de L’Archibras y titulada “Los Juegos Olímpicos celebrados por Jean Benoît”. Un “representante del orden” le llama la atención, pero por desgracia no es legible lo que dice la pequeña pancarta:


Por una topografía erótica de la ciudad, en fin, es una llamada a la transformación de las topografías urbanas en una “erografíade la ciudad”. Lleva cuatro fotos de Javier Gálvez, una de ellas acompañada del arranque de la “Mística” de Rimbaud: “En la pendiente de la rampa, los ángeles gastan sus vestidos de lana en las hierbas de acero y esmeralda”. Jean Richer consideraba “Mística” la única iluminación construida según el sistema de asonancias de la Alquimia del Verbo. Y de nuevo se nos va Javier Gálvez por los rumbos de la verdadera ciencia, ya que aquí nos revela que “los cuatro orgasmos cardinales convergen en un solo punto divergente”.

Noticias de París y resto del mundo

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Si la pasada semana dábamos cuenta de la publicación de un juego del Grupo Surrealista de Madrid, hoy nos detenemos en otro juego, pero del Grupo de París. El título, Les pucerons de la frontière, se toma de las palabras que abren y cierran el texto, resultado de la “buena utilización” de los periódicos.
(Baudelaire: “Todo periódico, de la primera línea hasta la última, no es sino un tejido de horrores, guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas, crímenes de los príncipes, crímenes de las naciones, crímenes de los particulares, una embriaguez de atrocidad universal. Y con este repugnante aperitivo el hombre civilizado acompaña su colación de cada mañana. Todo en este mundo transpira el crimen: el periódico, el muro y el rostro del hombre. No puedo comprender que una mano pura pueda tocar un periódico sin una convulsión de asco”. Y también Baudelaire, por lo que respecta a la ventana que originaba el juego del grupo madrileño: “Quien mira desde dentro a través de una ventana abierta, nunca ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada”.
Otras citas sobre los periódicos y su mala utilización:
“–El escribir en los periódicos debe ser muy mala señal. –Malísima. –Me parece muy lógico. Es un oficio de cretinos..., de cretinos que gobiernan el mundo a fuerza de lugares comunes”. En “El gran torbellino del mundo”, de Pío Baroja
“Odio a todos esos individuos incapaces de detenerse demoradamente ante una hoja, de perderse mirando un árbol, pero a los que veo cada uno con su periódico, la nariz dentro, el espíritu calentado por la cháchara espantosa y apestosa de ese papel, embotado de incoherencia, de las palabras obscenas de la «política», crédulo hasta la náusea, absorbido por lo nuevo de la noticia e incapaz de lo nuevo inagotable de lo que existe siempre –y delante de nuestros ojos…” Paul Valéry
“La lectura de un periódico es la cosa más angustiosa del mundo”. Luis Buñuel
“No se puede llamar lectura a esa tremenda cantidad de tiempo que se pierde con los periódicos”. Lin Yutang
“Cuando abrís vuestro periódico, rasca-esfínter de a perra, cucurucho para patatas fritas, en limpio solo sacáis, de entre las manchas de grasa, dos o tres tontas noticias, por otra parte no ciertas”. Ubú
“Yo no leo periódicos”. Thelonious Monk)
El juego del pulgón de la frontera consistió en pegar cuarenta recortes de periódicos, dejando entre ellos espacios vacíos, en ocho hojas que circularon entre ocho participantes, a saber Anny Bonnin, Claude-Lucien Cauët, Hervé Delabarre, Alfredo Fernandes, Joël Gayraud, Guy Girard, Sylvain Tanquerel y el eterno Michel Zimbacca, reunidos el 11 de noviembre de 2014 en el café L’Escalier. Cada uno escribía algunas líneas para ligar dos recortes, le pasaba la hoja a un participante libre y esperaba que otra hoja le llegara, concluyéndose el juego cuando todos los espacios se encontraban llenos.
Inicio: “Los pulgones traicionados por sus centenarios / manifiestan su descontento / por los ataques masivos / contra las meninges de las jóvenes pelirrojas, pues / nuestro cerebro poseería un interruptor”. Interviene luego la Bella Jardinera y se nos aconseja –buena terapia antiperiodística– “escapar a la rapidez / evitar la velocidad”. Ello, sin duda, porque –lo que vale su aplicación a muchos surrealistas– “somos furiosamente neardentalianos”.
Ha dibujado el Pulgón de la Frontera Guy Girard, uno de los contactos de la publicación:


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Se anuncia en La Belle Inutile una importante edición, que será fácil obtener en la red. Titulada Collage Redux, es una muestra del collage surrealista actual, a través de los nombres de J. K. Bogartte, Miguel de Carvalho, Neil Coombs, Guy Ducornet, Rik Lina, Ribitch y Misiano-Genovese. Lleva una óptima presentación de Melanie Nicholson, y de cada uno de los antologados hay un texto sobre su práctica del collage.

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Más publicaciones francesas: de Fred Deux, La perruque (Le Temps qu’il faît), y de Jacques Abeille, Petites proses plus ou moins brisées.
Y exposiciones en diferentes lugares: de Jean-Pierre Paraggio y Claude Barrère, en Seix (Ariège); de Pnina Granirer, en Vancouver; y de Kathleen Fox (con sus series “Zoo des refusés” y “Memory”), en St. Leonards on Sea, East Sussex.

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Timothy Robert Johnson prosigue sus fascinantes proyectos con el artista hopi Delbridge Honanie (Coochsiwukioma) y para el próximo año anuncia una nueva revista surrealista: Soongwuqa (La edad de oro), centrada en el Sudoeste de los Estados Unidos, pero con colaboraciones internacionales.
Y se me ocurre recordar ahora el collage que T. R. Johnson elaboró en 1976 para el fabuloso suplemento de la revista Living Blues dedicado al surrealismo y los blues.



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La semana próxima reseñaremos el impresionante cofre de tres lujosos y compactos tomos que Thessa Herold ha dedicado a los textos de los catálogos de sus galerías.

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Un buen trabajo sobre el surrealismo en Egipto ha publicado Ronald Creagh en el n. 34 de Réfractions: “Tempêtes libertaires. Georges Henein, Ramsès Younane et le mouvement surréaliste en Égypte (1937-1963)”. Se abre con una cita incluida en Al-Tatawwur, 1940: “Definir la libertad es restringir su sentido, explicarla es limitar su alcance, porque la palabra libertad es una de esas palabras que, cuando se la profiere, revela su sentido por sí sola. Lo más lejos que el espíritu humano ha podido ir para imaginar cómo liberarse de los límites y de las fronteras, es tal vez lo que el anarquismo ha dicho en la frase: «Ni dios ni amo»”. Exacto, y ojalá la cuestión estuviera ya zanjada –antes al contrario, aún hay surrealistas apegados a viejas consignas autoritarias.
El trabajo de Ronald Creagh es modélico en su enfoque y en su realización, agudo y perfectamente documentado, sin ni siquiera ignorar al grupo surrealista árabe de Le Désir Libertaire, que irrumpió virulentamente en 1973, en París, Londres y Viena.
Ronald Creagh es un viejo profesor e historiador libertario, y Réfractions es actualmente la mejor revista anarquista en Francia. El ensayo muestra una vez más la cercanía de dos mundos: el anarquista y el surrealista, que algunos como los antecitados insisten en minusvalorar.

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En un reciente Cahier René Nelli hay un artículo de Jean-Pierre Lassalle donde se habla de la relación del estudioso de los cátaros y autor de L’érotique des troubadours con André Breton, quien tenía en su biblioteca cuatro libros suyos: Présence, Le tiers amour, Poésie ouverte, poésie ferméy L’amour et les mythes du cœur. La obra de Nelli, quien respondió a la encuesta de L’art magique y colaboró en el primer número de L’Archibrascon un bello texto sobre el amor y la alquimia, ha interesado mucho al surrealismo.

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Aunque aparecida en 2013 (noviembre), merece anotarse como publicación mayor la del enorme poema en diez cantos de Jorge de Lima Invenção de Orfeu. Incluye un ensayo de Murilo Mendes, y edita admirablemente Cosac Naify.
Jorge de Lima, a quien dedicó hace poco un gran trabajo en Agulha Claudio Willer, es una de las figuras muy cercanas al movimiento surrealista en su proyección brasileña. Hacía la intemerata que no leíamos un arranque de poema tan impresionante como el de esta Invenção de Orfeu.

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Revolta e melancolia, la magistral obra de Michael Löwy y Robert Sayre sobre el romanticismo en tanto “resistencia al modo de vida en la sociedad capitalista moderna”, ha sido reeditado en São Paulo. Publicado por primera vez en 1992, aún recuerdo el impacto que produjo en mí la edición de Lisboa (1997), pasando a partir de ahí a enfocar yo el romanticismo desde el punto de vista en que lo abordan Löwy y Sayre. Révolte e mélancolie tuvo en 2010 una continuación aún no traducida: Esprits de feu. Figures du romantisme anti-capitaliste.
En el colofón, una foto de Fábio Roberto Santos, quien “desvió el camión cisterna de la empresa en que trabajaba para distribuir 16 mil litros de agua en un barrio de São Paulo”. Un bello acto romántico de revuelta y melancolía, revuelta contra un sistema que es el reino de la Injusticia y melancolía de unos tiempos en que la generosidad y la abnegación todavía eran valores humanos.


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Donde parece que no había ni revuelta ni melancolía era en Michel Foucault, sobre quien acaba de traducirse en España el libro de Jean-Marc Mandosio, a quien conocemos sobre todo por sus lúcidas intervenciones en la Encyclopédie des Nuisances. Alexandrian lo llamaba “el Rey de las Moscas”, pero casi que predicaba en el desierto. Leemos en la nota editorial de aparición:
“Michel Foucault es uno de los dioses del mundo académico e intelectual contemporáneo. Desde hace más de tres décadas su influencia no ha dejado de notarse y de extenderse, en ámbitos que van desde la extrema izquierda hasta las facultades de filosofía, pasando por museos y centros de arte contemporáneo. Muy pocos habían alzado la voz frente al coro lisonjero que hace de Foucault un gurú. Unos pocos historiadores y algún que otro escritor que denunciara hace tiempo el «nihilismo de cátedra» del maestro.
El libro de Jean-Marc Mandosio pretende desmontar de una vez por todas una impostura que ha durado demasiado tiempo. Tras un minucioso estudio de toda la obra del filósofo de Poitiers, Mandosio dirige su crítica contra diferentes concepciones de la obra foucaultiana como epistemebiopolítica o los procesos de subjetivación, nociones huecas que una legión de epígonos e imitadores repite con machaconería, desde los programas de Estudios Culturales hasta las majaderías de Tiqqun y el Comité Invisible.
Se muestra asimismo cómo detrás de su presunta marginalidad y radicalidad, se esconde en verdad que Foucault se limitó siempre a seguir las modas: estructuralista antes de mayo del 68, izquierdista en los ’70, antitotalitario y haciendo la rosca al Partido Socialista en los ’80.
Como explica Mandosio, «El principal talento de Foucault fue probablemente dar una forma filosófico-literaria a los lugares comunes de una época […] Como buen escritor posmoderno que aplica con celo las reglas del marketing de las ideas, Foucault se adapta constantemente a la tendencia del momento, pero su discurso nunca deja de ser reversible, de tal manera que se reserva siempre la posibilidad de desmarcarse de él y proclamar su singularidad».
Tras aparecer en Francia y Portugal, Foucault: la longevidad de una impostura ve la luz después de que dos editoriales en Italia, y en España una prestigiosa editorial de ciencias sociales, se echaran para atrás después de haber adquirido los derechos para su publicación”.

Thessa Herold, galerista

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Una de las galerías parisinas más abiertas al surrealismo, sobre todo en el período 1970-1982, ha sido la que ha animado Thessa Herold, en esos años como Galerie de Seine y desde 1993 con su propio nombre. Ahora, en un auténtico lujo editorial, se publica un cofre de tres volúmenes donde se han incluido los textos de todos los catálogos, desde 1970 hasta 2014. Es un modo de redondear una amplia trayectoria dedicada al arte moderno, y además de acercar al lector interesado un manantial de textos a veces de muy difícil obtención.
Los tres volúmenes llevan finas introducciones de Monique Sebbag, quien no solo presenta los catálogos sino que reflexiona sobre la problemática del arte contemporáneo y sobre muchas de las cuestiones que los textos ponen sobre el tapete. Baste decir que sus tres introducciones rayan a la altura de los mejores de esos textos.
En el primer tomo hay textos sobre una serie de artistas del surrealismo o que han sido asociados al surrealismo alguna que otra vez: Jacques Hérold, Camille Bryen, Félix Labisse, Bona, André Masson, S. W. Hayter, Jorge Camacho, Georg Papazoff, Ljuba, Serge Charchoune...
Jacques Hérold, Retrato de André Breton, 1971
Jacques Hérold es una de las estrellas, con textos de Pierre Demarne, Patrick Waldberg y Michel Butor. Pierre Demarne refiere que fue él quien, sorprendido por la perfecta homonimia entre el artista y el galerista marido de Thessa Herold, le sugirió a este que visitara a aquel, iniciándose así esta relación de la galería con uno de los grandes nombres del surrealismo. Demarne conoció a Jacques Hérold cuando la legendaria exposición internacional surrealista de 1947, en que Hérold participó decisivamente, incluido El Gran Transparente, “escultura tan notable que merecería un libro entero”. En el “diálogo de la luz y del cristal” ve la clave de su obra, y, tras expresar que “mirando las telas de Jacques Hérold vuelvo siempre al fuego, lazo viviente entre tierra y cielo, imagen de la inteligencia y del peligro de ser, del deseo y del tormento de amar”, cede la palabra al propio Hérold, en un rápido diálogo. Pese a que estamos en 1971 y no solo hace años que Hérold se distanció del grupo sino unos pocos que tuvo lugar su tan cacareada “autodisolución”, Demarne sabe que el surrealismo sigue rigiendo su pintura (Demarne y el propio Jacques Hérold): “No es injusto enunciar que el surrealismo continúa siendo un punto nodal de la civilización en marcha y que Hérold no se ha separado de él en el fondo, pues uno no se evade como si tal cosa de la potencia misteriosa del inconsciente ni de aquello que la dignifica”. Al año siguiente, otra exposición lleva un fino texto de Patrick Waldberg en que enfoca la obra de Hérold a partir de un pasaje de Spirite de Théophile Gautier, para considerar que “por la inocencia de corazón y la agudeza de las antenas sensibles, Hérold era el único que podía configurar esos seres hipotéticos que Breton ha llamado los Grandes Transparentes”. Y alude finalmente al hecho de que Hérold acababa de terminar su Portrait d’André Breton, convertido ya este en otro Gran Transparente: “Me deslumbró este desenlace prestigioso de una existencia perpetuamente imantada más allá de las apariencias”. Bellas palabras si tenemos en cuenta que Patrick Waldberg no había dejado de mostrarse rencoroso hacia Breton y el grupo surrealista tras su ruptura con este, para luego convertirse en pionero organizador de exposiciones surrealistas históricas.
Artista muy discutido dentro del surrealismo, Félix Labisse es presentado por Waldberg, pero su catálogo de 1971 es de los más originales, ya que el propio Labisse hace corresponder con pequeñas semblanzas sus cuadros de mujeres “hacedoras de historia”: la Reina de Saba, Pentesilea, Mesalina, Circé, Viviana, Dalila, Helena, Cleopatra, Pasifae, Armida, Semiramis, Judith...
Sobre Bona hay dos textos, uno de ellos por Alain Jouffroy. Hay dos también sobre Masson, uno por René Passeron, mientras que Michel Butor se ocupa de los objetos y del interesantísimo “abhumanismo” de Camille Bryen. De Hayter hay un texto de Pieyre de Mandiargues, uno propio en que da cuenta de la manera como ha realizado uno de sus cuadros y un tercero con motivo de sus 80 años, en que se celebró una estupenda exposición colectiva con muchos de los artistas que habían trabajado en su Atelier 17.
Pero a mi juicio los mejores catálogos fueron los de Jorge Camacho, ya que vienen acompañados de dos escritos extraordinarios, uno por René Alleau y otro por Vincent Bounoure. El de Alleau es “La danse de la mort”, y el de Bounoure “Ascendant licorne”, que cierra L’événement surréaliste.
Sobre Serge Charchoune, que coincidió con el surrealismo en sus orígenes, hay dos textos. Sobre Ljuba cuatro: de Mandiargues, de Étiemble, de Bosquet y suyo propio. Y Papazoff está ampliamente representado, con un largo texto suyo de 1971 y estudios de Philippe Soupault, Jacques Baron y Andreï Nakov. En Papazoff llama siempre la atención su repudio del grupo surrealista, lo que no ha impedido a Édouard Jaguer y a otros insertarlo en el surrealismo. Él mismo prodiga las chorradas en su autosemblanza, pero eso no es nada al lado del espantoso Nakov, quien, en unas páginas abyectas, hasta se atreve a decir que Breton tardó 40 años en integrar a Kandinsky en su concepción de la pintura surrealista, cuando el propio Breton podrá presumir al final de su vida de “haber sido el primero en saludar, en 1933, la llegada de Kandinsky a París”.
Soupault interviene con las palabras para su colección artística “fantasma”, sin mucho desbarrar, y de uno de los grandes críticos de arte, Jean-Clarence Lambert, hay un par de textos, aunque de artistas no surrealistas. Una sorpresa ha sido para mí Brigitte Simon, con unos óleos muy bellos, que presenta Raoul Ubac en 1972. Uno de ellos lleva por título À flanc d’abîme, aunque no creo que se trate de una alusión a L’amour fou.

Brigitte Simon, À flanc d'abîme

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Las dos etapas que cubren los tomos siguientes –1993-2005 y 2006-2014– resultan, desde la perspectiva surrealista, más pobres tanto en exposiciones como en firmas. Es una época, sin embargo, en que siguen descollando muchos artistas del surrealismo: los del grupo checo (Roman Erben, Jan Svankmajer, Martin Stejskal, Karol Baron, Karol Baron, Eva Svankmajerova), los portugueses (Cesariny, Cruzeiro Seixas, Raúl Perez, Isabel Meyrelles, Miguel de Carvalho, Seixas Peixoto), los canadienses (Gregg Simpson y amigos), Mimi Parent, Rik Lina, Tony Earnshaw, Conroy Maddox, Philip West, Wayne Kral, Terri Engel, Jacques Lacomblez, Jean-Claude Charbonel, Jean-Pierre Paraggio, Suzel Ania, Jorge Kleiman, Víctor Chab, Ludwig Zeller, Susana Wald, Marcel Mariën, Guy Ducornet, Alan Glass, Ody Saban, Katheen Fox, John Welson... Nos encontramos, en cambio, en el tercer tomo, hasta con un fatuo figurón como Martín Chirino. Como lo que a mí me gusta es el surrealismo en general, y no el arte en particular, nada puedo decir de otros tantos artistas aquí presentes, y que me hacen pensar en que, si los museos son templos del bostezo, las galerías son sus ermitas. Pero aun así hay mucho que destacar, y hasta un par de textos excepcionales.
Uno de esos textos es el que Emmanuel Guigon consagra a las dos primeras décadas de Raoul Ubac, o sea a su etapa del surrealismo a Cobra, trabajo soberbio que puede considerarse el estudio definitivo sobre Ubac y el surrealismo, antes de que este versátil artista se sumiera en su “ascético rigor”. Guigon redacta también el texto del catálogo dedicado a Camille Bryen y sus amigos, que en este caso son Arp y Wols.
Jorge Camacho, Corral cristalino, 1994
Hay también dos magistrales ensayos sobre Wifredo Lam, uno por Édouard Jaguer y otro por Georges Sebbag. Y Jorge Camacho sigue representado bellamente, con sus exposiciones “La naturaleza de las cosas. Los bosques de las arenas” (textos de Yves Peyré y González Faraco), “Peregrinación a las fuentes de lo maravilloso” (conjunta con Agustín Cárdenas) y “El libro de las flores de Jorge Camacho” (texto nuevamente de Emmanuel Guigon). González Faraco se ocupa de las fantasmales fotos de Doñana, y escribe también un poema, que se inicia con una pelea de gallos, lo que me vale para recordar el interés que Jorge Camacho, en Tenerife, me mostró por conocer el mundo de los gallos finos, una de las pocas invenciones meritorias de los canarios y que yo conocía a la perfección, pero no llegando a tiempo de ponerlo en contacto con los aficionados andaluces a quienes conocían algunos de mis amigos gallistas de Canarias.
Señalaré, por último, la abundancia de textos sobre Henri Michaux y sobre Saúl Kaminer. Una exposición de Michaux con Camille Bryen, Serge Charchoune, Fred Deux y Michel Seuphor dio pie a una jugosa reflexión de Jean-Dominique Rey sobre “la unión libre poesía-pintura”, un tema siempre tan atractivo.
Se reúnen aquí, en fin, muchos textos estupendos. Cuando en 1993 reinició Thessa Herold su actividad galerística, lo hizo con la exposición “Au rendez-vous des amis”, expresando así la importancia de la amistad en un espacio donde suelen reinar los intereses y la vanidad. Este cofre sirve también como el más bello homenaje a su actividad de toda una vida.

Jorge Camacho, La mesa en el paisaje, 1994

Memorias surrealistas de Radovan Ivsic

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Es una fortuna disponer de los escritos de Radovan Ivsic en una editorial de buena difusión como Gallimard. Ya habían aparecido allí sus poemas (Poèmes,2004), su teatro (Théâtre,2005), sus textos críticos (Cascades,2006) y su “controversia” sobre el teatro (À tout rompre, 2011), configurando todo ello un conjunto extraordinario, ineludible en cualquier panorama del surrealismo. Radovan Ivsic fue uno de los grandes nombres de los últimos grupos parisinos en torno a André Breton.
Rappelez-vous cela, rappelez-vous bien tout, frase que en varias ocasiones le profirió Breton, es la narración de una serie de encuentros y sucesos azarosos, del “extraordinario encadenamiento de circunstancias” que lo llevaron de su Croacia natal al París de los surrealistas. Es por tanto un testimonio y un documento del máximo valor, por venir de quien viene.
Todo comienza en 1954, en la Yugoslavia de Tito, lo que obliga a desgranar una serie de infamias comunistas, algunas de carácter bien grotesco, como el reproche de escribir poemas sin puntuación porque ello era “una injuria a la clase obrera”, o el veto a hablar del amor y de la muerte porque el primero es un “prejuicio burgués” y la segunda había que escamotearla en beneficio de “la alegre competición socialista de los planes quinquenales”. Ya en Cascades encontramos varios textos sobre la represión sistemática y cotidiana del régimen titista, pero aquí se añaden otros datos, como el de Goli Otok, la Isla Desnuda, siempre azotada por los vientos y así llamada por su aridez, que convirtió el mariscal en cárcel de sus adversarios políticos, donde los metía “discretamente y sin ningún proceso”. También consagraba en Cascades una serie de artículos definitivos al peculiar fenómeno acontecido con los surrealistas yugoslavos, ya que casi todos renegaron del surrealismo para convertirse en notables figuras del régimen. Ahora leemos: “Tras mi experiencia en Yugoslavia, donde tuve ocasión de ver el comportamiento de la mayoría de unos y otros, mi alergia a los literatos y a los artistas llegó a su colmo. No llegaba a comprender cómo casi todos habían renegado de lo que pretendían ser”. Ya en París, cuando Breton le comenta cómo al principio el surrealismo tenía en contra a todo el mundo, Ivsic le responde que desde entonces era peor, ya que había que añadir también a los propios surrealistas convertidos en estalinistas y a otros como un Max Ernst, que se habían aplicado a olvidar su revuelta inicial, resultando en conjunto mucho más temibles, “puesto que conocían las posiciones y sabían utilizar nuestras armas”. Breton le responde con la “nostalgia de lo que había en Dada de irrecuperable”, aunque yo en seguida le hubiera recordado el caso quizás más aberrante entre todos: el de Tristan Tzara, quien precisamente evolucionó del dadaísmo al estalinismo –no impidiendo ello, por cierto, que se haya convertido en objeto de culto de tantos críticos y profesores. En Yugoslavia, el más llamativo de esos casos fue el de Marco Ristic, pero cuando Radovan Ivsic señala cómo Breton nunca lo volvió a ver ni a él ni al resto de los ex surrealistas yugoslavos, no vendría mal señalar que sí lo incluyó en la lista de nombres que respondieron a la encuesta de L’art magique, en 1957.
Muy bello es el relato de los azares que lo llevan de su puesto de guarda forestal en las afueras de Zagreb a París. Ya allí, interesado por contactar con los trotskistas o los anarquistas, o sea con una izquierda antiestalinista que había desaparecido de Yugoslavia, se encuentra de inmediato, sin esperárselo en absoluto –le abre la puerta del apartamento de una amiga con la que ha quedado–, nada menos que con Benjamin Péret, a quien evocará magníficamente en un coloquio reproducido en Cascades. El encadenamiento es inmediato: Breton, Toyen, el café surrealista... En seguida simpatiza con Toyen, venida también de la dictadura comunista y que no se dejará engañar ni por el canto de la sirena barbuda de Cuba: “Si Benjamin Péret ha podido ver durante la guerra española a los estalinistas en acción y Breton ha sido uno de los primeros en levantarse contra los procesos de Moscú, en la nueva generación, incluso los antiestalinianos convictos, dado el impacto de la propaganda del PCF, no estaban capacitados, a pesar de su buena voluntad, para imaginar lo que Toyen y yo, cada uno por su lado, habíamos podido constatar día tras día”. Así, refiere en seguida cómo, en 1956, al preparar Jean Schuster el panfleto Au tour des livrées sanglantes, denuncia del estalinismo del PCF y de su ilustración a través del inmortal poema de Éluard a Stalin, aludía a “la explotación del hombre por el hombre en régimen capitalista”, advirtiendo Ivsic que esa explotación se daba también en los regímenes comunistas, por lo cual Breton pidió de inmediato que se pusiera “en régimen capitalista o no”.
Radovan Ivsic ha dedicado muy bellas páginas a Toyen. Refiere aquí cómo la descubrió a los 18 años cuando encontró en una librería de Zagreb el Diccionario abreviado del surrealismo, que contenía una reproducción de La dormeuse, una de sus pinturas emblemáticas. Al final de Rappelez-vous cela, rappelez-vous bien tout, hay unas breves semblanzas de nombres citados en la obra, y en el de Toyen se dice justamente que “su revuelta irreductible es indisociable de la búsqueda poética que ella prosigue a través de su pintura, sus dibujos o sus collages” y que “no se ha medido aún cuál habrá sido para el surrealismo la fuerza poética de su aportación, cuya carga erótica abre sobre un nuevo mundo amoroso”. Pero la valoración de Toyen está para mí dirimida hace tiempo: es la figura más grande del surrealismo con Breton y Péret (y Tanguy si me apuran) y la artista más extraordinaria del siglo XX. Breton la reconoció en una de sus dedicatorias como su “amiga entre todas las mujeres”, y Radovan Ivsic cuenta cómo, al acompañarla al hospital Laennec en 1980, tal cual había hecho al Lariboisière con Breton en 1966, vino a ser atendido por el mismo médico de entonces, concluyendo el libro con la conocida observación de Novalis: “Los hombres marchan por caminos diversos; quien los sigue y compara verá nacer extrañas figuras”.

En el estudio de André Breton, 1954

Pero la figura central de de Rappelez-vous cela, rappelez-vous bien tout es André Breton. Lo vemos en su ya legendario estudio, que Ivsic califica, en la imposibilidad de traducirlo por ninguna imagen, como un “bosque de presencias”. Solo el madrileño de Ramón Gómez de la Serna, aunque, por supuesto, sin la magia ni la riqueza poética del bretoniano, puedo yo evocar al respecto; tanto en uno como otro caso, su reelaboración museística resulta un pálido remedo, pero en el de la Rue Fontaine el hecho es más dramático, ya que, en efecto, este “no habrá sido nunca una colección sino una suerte de manifiesto para afirmar la «verdadera vida» y, por ello mismo, mantener a distancia las fuerzas mortíferas del siglo”. Del mismo modo, las obras que contenía han decaído desde que han ido a parar a colecciones públicas o privadas, y Radovan Ivsic pone el ejemplo del Guillermo Tell de Dalí, hoy en el centro de Les Halles, y ya sin el poder que para él tenía en el estudio de Breton.
Ivsic se detiene sobre todo en los últimos años de Breton, con confidencias cuyo tono recuerda el del tan interesante libro de Charles Duits André Breton a-t-il dit passe. La relación muy cercana que tuvo con Breton en París y en Saint-Cirq-Lapopie dan una nota de intimismo a estas páginas en que no faltan las banalidades, como cuando le dice: “He vivido como he querido. No lamento nada. Evidentemente, tengo miedo del dolor”, o como cuando escuchan cerca de un restaurante a un cochinillo que gruñe y Breton “reacciona instantáneamente como en un suspiro: «Incluso él quiere señalar su presencia. Él tiene también necesidad de afecto»”. ¿Eso son cosas que se cuenten? En los últimos meses de su vida, Breton, que detecta también una pérdida de facultades mentales, daba muestras de un cierto patetismo que no debe darse nunca a las cosas propias (a fin de cuentas, ¿qué importancia tiene uno?) y también de una paranoia que debía serle consustancial. Hay también opiniones deplorables, como la de su orgullo de la lengua francesa, que a mí en particular me parece tan pobre y defectuosa como la inglesa, la alemana o la española; claro que Breton se refiere al lenguaje poético, pero aun así me parece ello deberse a que él, a diferencia de un Péret, aún mantenía relaciones esenciales con la poesía simbolista. Pero tampoco faltan, felizmente, las notas de humor negro, como cuando, en esa preocupación por su muerte, dice que le gustaría ser enterrado dentro de un reloj de consola, especulando divertidamente con las molestias que ocasionaría al relojero. Esta me parece la única actitud aceptable respecto a la muerte propia.
Ivsic da también la visión de un Breton que a veces se contradecía hasta sobre la marcha, y esto hay que agradecérselo, porque hay no pocos falsos testigos del surrealismo que solo evocan lo que sirve a sus intereses y a sus ideas más espurias. Así, preocupado por el futuro del surrealismo, tras decirle que Jean Schuster sabrá hacerle frente a los momentos difíciles que esperan, le espeta que “la muerte del surrealismo vendrá del lado de Dionys Mascolo por Jean Schuster”. A Breton ni se le hubiera pasado por la cabeza, pese a sus capacidades proféticas a veces certeras, pensar que sería Vincent Bounoure, de quien deplora entonces un negativismo sistemático, el llamado a garantizar la continuidad de la aventura surrealista en su país de origen, frente a las tristes operaciones mortuorias de los Schuster, Pierre, Courtot y Silbermann. Sobre el jefe de la cuadrilla, Ivsic refiere una divertida anécdota. Exaltado por la lectura de Las palabras y las cosas de Foucault, Schuster, en Saint-Cirq-Lapopie se lanza a un panegírico, queriendo convencer a sus amigos de su importancia, cuya originalidad sería “cambiar radicalmente la manera de considerar la historia”. Annie Le Brun ya había leído el libraco de Foucault, pareciéndole, como lo era, “uno de los avatares de la moda textual”, y el propio Ivsic no recordaba con mucho afecto el ensayo de Foucault sobre Roussel. Otro día, Schuster, con Breton presente, se lanza a otra apología de la obra, tras la cual Breton guarda silencio unos momentos y pregunta: “Pero bueno ¿y qué es lo que este libro nos aporta a nosotros?” Punto final y, como dice con gracia Ivsic, “salida para siempre del profesor Foucault, salida para siempre de Las palabras y las cosas”.
Hay páginas donde se da mucha información sobre los cafés, los juegos, las revistas, las exposiciones del surrealismo. Hasta febrero de 1969, Ivsic acude casi todos los días a las reuniones de los distintos cafés: “Le Musset”, dos o tres de la rue Vivienne (porque allí vivía Lautréamont al final de su vida) y el más conocido de los últimos: “À la Promenade de Vénus”. Para Ivsic, esta práctica del café fue “probablemente establecida por Apollinaire”, para luego Breton reforzarla y mantenerla durante casi medio siglo: “¡Y qué medio siglo! Dos guerras mundiales, Auschwitz, el Gulag, la bomba atómica, la guerra fría, la ciencia metida en vereda, la elefantiasis de las finanzas mundiales... Y en medio de todo esto, ese café, frágil y fantasmal bajel que no habrá cesado de intentar, contra viento y marea, mantener el rumbo. Muchos de los que habían deseado estar en el viaje fueron arrastrados por las terribles tempestades del siglo, pero, durante años, siempre hubo personas nuevas que quisieron embarcar”.
Uno de los juegos a que alude es el de las “cartas de analogía”. Intención lúdica tenían también los “autorretratos imaginarios”, con el fenómeno de azar objetivo a que dio lugar el de Mimi Parent, referido por Ivsic en el n. 1 de La Brèche en un texto que le pidió Breton y que luego no pudo Édouard Jaguer dejar de incluir en Les mystères de la chambre noire. Pero la gran revelación es, sin duda alguna, la de un juego colectivo que no ha sido nunca repertoriado por la sencilla razón de que se desconocía el sentido de lo que ha sobrevivido de él: unas palabras encadenadas de Breton, acompañadas de unos dibujos en que a su vez se encadenaban sus designaciones. Jean-Michel Goutier reproduce en Je vois j’imagine (pp. 152-183), la capital recopilación exhaustiva de las intervenciones plásticas de Breton,once hojas del juego, presentándolas, al no saber de qué se trataba, como “investigación sobre el automatismo”. Por la misma razón, Jean-Claude Blachère, en un buen artículo aparecido en el n. XXVI de Mélusine, llegaba a ver estas hojas nada menos que como el “testamento” de Breton, y Georges Sebbag, en “Las imágenes animadas”, capítulo de Potence avec paratonnerre. Surréalisme et philosophie, las consideraba, junto al hallazgo de la Piedra Estrellada –que por cierto Ivsic va a fotografiar–, como las últimas irrupciones de la “duración automática”. En cualquier caso, esto muestra, una vez más, que los juegos son en el surrealismo todo menos una actividad banal. Ivsic describe las reglas del juego –ideado algunos años atrás por el propio Breton– y señala su elemento onírico, ya que las figuras eran dibujadas con los ojos cerrados, recordándose las palabras confusamente; el resultado era sorprendentemente común, aboliéndose las diferencias entre los pintores y los que no lo eran.


Con respecto a las revistas, Ivsic afirma que “a pesar de sus imperfecciones siguen siendo de las últimas tribunas libres en un siglo que se ensombrece”. Pero algunos de los últimos incorporados a ellas, a su juicio, no llegaron a medir “hasta qué punto el mundo de la técnica triunfante habrá estado relacionado con el totalitarismo, si no con los campos de concentración, antes de doblarse con una novedad atómica y con su negación que no puede engendrar más que falsa conciencia y falsificaciones de todo género”.
De las exposiciones, Ivsic intervino en la de “Éros” y en la de “L’écart absolu”. Sobre la primera habla largamente en una entrevista incluida en Cascades, ya que él participó tanto en el Léxico sucinto del erotismo como en la propia exposición, al pedirle André Breton que la sonorizara, lo que hizo con unos susurros amorosos que jamás se habían oído en público y que mantuvieron al público siempre en silencio (en la inauguración, ya Jean Benoît le había pedido a Ivsic que pusiera sonido a la célebre ejecución del testamento de Sade). Un periódico inglés diría que por primera vez “los muros suspiran en París”.
Por último, tenemos al Ivsic que fotografió para Breton, en Saint-Cirq-Lapopie, una serie de objetos encontrados por el mago del azar objetivo. Hay algunas enseñas sorprendentes, pero lo más relevante está en el Gran Oso Hormiguero y en la citada Piedra Estrellada. El primero es un simple montaje con dos trozos de madera rústica que había encontrado un día Elisa; tal simpleza muestra lo poco que tantas veces es preciso para que emerja la poesía hermana del mito, no existiendo para Breton mejor representación de su animal totémico que esta. El segundo (al parecer un vulgar adorno de buhardilla, por lo que volvemos a lo mismo), al verlo por vez primera reconoció Breton en él el castillo estrellado de Praga, de El amor loco. “Por mi parte –escribe Ivsic– me da la impresión de encontrarme ante el verdadero retrato analógico de Breton, y su fuerza dramática me sobrecoge. Estoy íntimamente persuadido de que, cuando se interrogue sobre lo que podrá singularizar la tumba de Breton, propondré de inmediato este objeto, y es muy notable que nadie contestaría la elección, como si fuera una evidencia. Pero en el momento en que me preparo para sacar una foto, me siento tan turbado que se me cae el aparato. Pese al objetivo metálico definitivamente torcido por la caída, puedo por fortuna continuar fotografiando los otros objetos que Breton ha preparado”.
No veo mejor momento que este para reproducir las dos fotografías que una exquisita amiga me sacó en París de la tumba de Breton, ya hace unos cuantos años, y que se me habían quedado atrapadas en un libro desde que me las dio. (¿Qué libro? Es lamentable que solo me hice esa pregunta al cabo de unos días, cuando ella, en cambio, fue lo primero que me preguntó.) Alguien había además puesto sobre la lápida un girasol, sin duda el del capítulo cuarto de El amor loco, cuya foto de Man Ray se correspondía con el parangón entre la inclinación de la flor y la entonces tambaleante Torre Saint-Jacques.

Foto Elvira Pérez Armas

Foto Elvira Pérez Armas

Hay otros apuntes llamativos sobre Breton, como su lectura perturbada del Cosmos de Gombrowicz, cuyo encadenamiento de signos inquietantes no podía, en efecto, dejarlo indiferente, la negativa en cambio que hace de La femme mystifiée de la feminista Betty Friedman, por su “visión estrecha y anacrónica” (y difícilmente podía imaginarse Breton las cataratas de imbecilidad, sobre todo universitaria, que estaban por venir) o la atención al naciente movimiento de los provos, con su componente utópico y hasta auténticamente surrealista.
Este es un libro de los que hacen convertirse al aburguesado lector en salvaje devorador, unanarración apasionante que nada más llegar a mi casa me leí de corrido. Lo que, en verdad, pocas veces ocurre.

Al día

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Le Grand Tamanoir publica Les coulisses du plomb, prosas poéticas de Guy Girard con polaroides de Christian Martinache y prefacio de Jean-Pierre Lassalle, para quien “el cometa surrealista no cesa una y otra vez de pasar y de vivificarnos con sus incandescencias y sus luminiscencias”.
En la nota final, se nos dice que Guy Girard descubrió hacia los 17 años “que la poesía no es un departamento de la literatura y que el surrealismo no puede más que tener ante sí bellos días”. Estamos pues hacia 1976, y Guy Girard cambia en el instituto donde estudiaba un disco de Johnny Holiday por un libro de Sarane Alexandrian sobre la pintura surrealista, evidentemente L’art surréaliste, que se había editado en 1969. Este libro lo compré yo en Madrid en noviembre de 1976, y aún tiene un sello que dice lo había importado a España Ammon-Ra (¡!), lo que se asociaba muy bien al nombre que puse en el frontispicio y de que yo me valía por aquellos años: “Kême” (la tierra negra: de ahí alquimia). Fue un libro muy importante para mi acceso cada vez más disciplinado, riguroso y certero al surrealismo plástico, con muchas ilustraciones de obras que entonces no eran para nada lo conocidas que son hoy y comentarios siempre iluminadores de Sarane Alexandrian, ni remotamente pudiendo yo sospechar que lo llegaría a conocer y hasta que me honraría con su amistad.

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Otro número de Drosera. Comunicación onírica, dirigida por Vicente Gutiérrez y Bruno Jacobs, acaba de aparecer. Sus dos páginas, muy bien diseñadas, incluyen fotos de Eugenio Castro y Sasha Vlad (con su célebre manto de clips), una lista de libros vistos en sueños por Dan Stanciu, una frase onírica de Noé Ortega, un objeto onírico de Bruno Jacobs, un sueño analizado de Julio Monteverde, etc.
Como era de esperar, esa noche tuve yo un sueño memorable. Demasiado tortuoso para demorarme en él, solo referiré que acababa en un ventorrillo de un terreno baldío situado en un montículo, y que remataba la lona del ventorrillo una cabeza de carnero blanco que era inequívocamente la del carnerito del llamado Chalé Suisso del Campo Alegre de Oporto, un quiosco donde alguna que otra vez paré para tomarme un vaso de vino verde, en mis fantasmales recorridos por la desembocadura del Duero hasta un océano por lo general tormentoso. Al poco tiempo de este sueño con que desperté, bajé a la playa de la Bodega de Taganana y, como de costumbre, anduve un par de horas hasta que me di un chapuzón. Me senté en las piedras y me puse a leer, por cierto que el panfleto Appel d’air de Annie Le Brun, defensa de la imagen poética. Había quedado con una amiga que venía del Norte y que, para avisarme de su llegada, me tiró tres pequeños callaos, solo el tercero notándolo yo. Como siempre le pregunto por sus sueños, me dice que esa noche soñó que iba por un camino de la montaña y estaban unos fulanos tirando callaos hacia abajo, hasta que ella, al tercer callao que tiraron, les llamó la atención porque podía ir gente por la carretera. Añadiré que esta amiga cree sin sombra de duda que los sueños pueden y suelen anunciar hechos del día siguiente, y que sobre esta cuestión versa precisamente el texto de Julio Monteverde. (En ese sueño, volvía yo al Hotel París de Oporto, donde tantos años me quedé, y en una silla junto a la recepción me encontraba con su viejo gerente, el señor Constante González, que fue tan amigo mío, haciéndome pensar al verlo que no había muerto sino que me habían engañado; dos días después, buscando en vano una foto mía del quiosco para acompañar esta nota –quien sea curioso le basta con pinchar Chalé Suisso, Passeio Alegre, Porto–, me encuentro, después de algunos años, con las dos únicas fotos que conservo del señor Constante en su hotel de la Rua da Fábrica.)

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En Madrid, Javier Gálvez inicia, siempre en formato plegable, las ediciones El Ojo de Buey, y lo hace con su vocación de lexicógrafo y de teórico científico. Así, el ojo de buey es definido como “orificio circular en la parte frontal del pensamiento, que permite airear e iluminar la parte reprimida del imaginario”; y se afirma categóricamente que “el anverso y el reverso dejan de concebirse contradictoriamente al situar la mirada sobre un eje de traslación”.
La colección de El Ojo del Buey pretende dar salida al trabajo fotográfico de Javier Gálvez, que siempre hemos seguido con tanto interés. El inversage fue inventado por Milan Napravnik, y Gálvez lo practica desde hace muchos años. Él mismo reproduce la definición dada por el surrealista checo: “El inversage es un método surrealista para crear una realidad mágica a partir de la unión de dos o más imágenes invertidas de objetos reales, de partes de esos mismos objetos, o de estructuras abstractas”. Gálvez tradujo en el n. 10 de Salamandra el gran texto teórico de Napravnik, escrito en mayo de 1977, y aportó en el mismo número algunos ejemplos propios.
De Inversages se ha hecho una tirada de 30 ejemplares numerados del 30 al 30 (sic). De los seis inversages reproducidos, elijo el que más me ha impactado, y que se acompaña de la leyenda “El sueño nunca duerme”:



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Anotemos dos publicaciones señaladas en el flamante n. 114 de Infosurr y no advertidas en Surrint.
Conspiración de un bosque tropical (Samenzwering van het egenwoud) es un poemario del surrealista holandés Jan Bervoets publicado el año pasado, con dibujos de Rik Lina.
También el año pasado apareció Headworks, de Desmond Morris, reunión de sus poemas surrealistas desde 1945, en este caso con ilustraciones propias de pequeños cuadros pintados para la ocasión. Edita Dark Window Press.

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Las ediciones surrealistas Anon han traducido al inglés el polémico texto de Alain Joubert que abría el almanaque de Brumes Blondes. Los traductores son Laurens Vancrevel y Paul McRandle, y las ilustraciones y la maqueta se deben a Raman Rao. En portada, un detalle de Madame Rosa, vidente, deClovis Trouille.

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Katalox Kolax, “panfleto sulfuroso de evaporación periódico” donde pontifica Zuca Sardan, acaba de publicarse en edición digital, pero vamos a ver si hay una edición en papel que nos permita comentarlo como se debe. Quede aquí la noticia de su aparición, para la legión de seguidores del bravo e indesmayable Capitán Sardan.

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Al igual que la revista digital Agulha, en Materika acostumbran salir interesantes trabajos sobre el surrealismo. En el n. 10 tenemos a Raúl Henao (cuya sola firma ya le da realce a un texto, trate de lo que trate) ocupándose de Eunice Odio, tan apreciada en su tiempo por Eugenio Granell. Hay además un ensayo de Enrique de Santiago sobre el gran Ludwig Zeller y la muy interesante entrevista a Amirah Gazel que aquí comentamos en su momento.

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Otro colosal número de la revista libertaria A Ideia (75-76) dedicado al surrealismo está a punto de salir. Vuelve a centrarse en el Café Gelo, pero incluye además un dossier brasileño, con Sergio Lima en destaque. La riqueza de contenido es extraordinaria.

Centenario de Enrique Gómez-Correa

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Tres centenarios de grandes figuras del surrealismo se celebran este año, y son los de André Frédérique, Gellu Naum y Gómez-Correa. Sobre Frédérique no he oído nada, pero ya aquí tuvimos ocasión de ocuparnos de este consumado maestro del humor negro. Gellu Naum ha recibido bastante atención, y menos Gómez-Correa, pero al fin nos llega de Chile esta noticia muy satisfactoria, ya que Gómez-Correa es uno de los mayores poetas del surrealismo, al que permaneció estrechamente unido durante una larga vida, lo que puede decirse de muy pocos en la América central y meridional (Aldo Pellegrini, Jorge Camacho, Ludwig Zeller, Sergio Lima...). Gómez-Correa nació el 15 de agosto de 1915 en Talca, donde se piensa instalar este mural de Susana Wald, titulado Amanecer de Mandrágora:


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Por dificultades informáticas, la regularidad de “Surrint”, que no ha tenido lunares desde hace casi cuatro años, se verá interrumpida unas semanas. No hubo tiempo de recibir Collage Redux, cuya reseña queda para fines de agosto, como la del extraordinario número de A Ideia.
La publicación ya cercana de Caleidoscopio surrealista,en versión definitiva, cuestiona la continuidad de este blog, que surgió en relación con ese libro, para poderlo corregir y enriquecer. Por otro lado, ya los medios económicos no me van a permitir costear un tercer tomo de Surrealismo: el oro del tiempo (sí el segundo, que saldrá tras el Caleidoscopio) y no le veo sentido a mantener una página de proyección solo digital, a no ser que se limite a coordinar las noticias que me van llegando (y ello, si no decido desconectarme de este medio). En cualquier caso, “Surrint” ha tenido en general una buena atención y me ha permitido forjar y estrechar lazos con mucha gente valiosa del surrealismo o interesada en él de modo no diletante. A todos ellos vaya mi gratitud.

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Noticias al filo:
Por problemas de legalidades depredadoras, cierra “Arcane 17”, uno de los mejores enlaces surrealistas de la red. Pero confiamos en que Fabrice Pascaud nos brinde nuevas aventuras.
Bella novedad es, editado por Richard Waara, The Codex Mirror, con textos de Will Alexander y dibujos de Byron Baker. Hace unos meses, también editó Richard Waara Land of diamond, de Marie Wilson y nanos Valaoritis.
En Italia, para septiembre, se anuncia la exposición “Cárdenas y la negritud”, con textos en el catálogo de Jose Pierre, Jean-Michel Goutier y otros.
Y un libro temáticamente interesante: Les catalogues d’expositions surréalistes à Paris. 1924-1939, por Colette Leinman.

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“Llamo surrealista a toda actividad que me interesa. Cualquier otra actividad que la vida cotidiana exija de mí, la considero como una concesión, la siento como una pesada injusticia que me excita a la venganza”. Vane Bor

Magritte-Plossu-Guigon

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El cuarto carné de Yellow Now es el tercero dedicado a Bernard Plossu, pero asume especial interés por tratarse de un diálogo de sus imágenes con las de René Magritte y por llevar textos de Emmanuel Guigon.
El propio Plossu, al cabo del tiempo, ha relacionado fotos suyas con imágenes de Magritte, un artista al que seguía mucho en los años 60. Los encuentros de sus fotos con los cuadros de Magritte, acompañados de los textos incisivos de Guigon, configuran un conjunto delicioso.
¡Ojalá fuera este el tipo de publicaciones que predominara en el batiburrillo editorial de los tiempos actuales!

Crevel, obras completas

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El n. 115 de Infosurr destaca por la extensa reseña que Dominique Rabourdin le hace a los dos tomos de las Œuvres complètes de René Crevel (ed. du Sandre, 2014), ya que se trata también de una fina valoración de esta figura tan importante en el surrealismo. La realización de la difícil empresa, con presentación y anotación de Maxime Morel, no merece sino elogios por parte de Rabourdin, quien de paso arremete contra los tópicos habituales sobre Crevel y el surrealismo/Breton, corrigiendo algunas metidas de pata como una del “especialista” Carassou en el Dictionnaire André Breton, y aludiendo a la cuestión de las novelas de Crevel, que según esos tontos no estarían bien vistas por Breton, cuando este proclamaba en 1925 que “Crevel es surrealista en la novela”. Por cierto que, habiéndoseme pasado hace unos días una reciente novela española ambientada en Portugal (por eso me la pasaron), la menor conclusión a la que pude llegar es que ese tan cacareado género literario, si lo que leí (a salto de mata) sirve de ejemplo, ya no es más que cáscara y cháchara.
Informa este número de la desaparición el año pasado de Henriette de Champrel, la mujer de Claude Tarnaud, con quien hizo The whiteclad gambler y L’alphabet spationnel. En una ocasión recibí una carta suya, a raíz de que yo publicara en la prensa tinerfeña varias páginas dedicadas a Tarnaud, de lo que se enteró ella por una alusión de Édouard Jaguer precisamente en Infosurr.
Richard Walter elogia los relatos breves de Pierre Vandrepote que componen L’amour en moins, y que sin duda ofrecen un interés del que carece todo ese arsenal de aburridos, pretenciosos e insignificantes novelones subrealistas (ya que ni siquiera pueden compararse con las novelas de un Galdós o un Balzac) fabricados como si fueran churros.

Toyen, a salvo

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A consecuencia de las decepciones en algunos números de la colección de figuras del surrealismo “Phares”, había yo dejado de interesarme por ellos, pero un documental sobre Toyen –quintaesencia, con Breton y Péret, del surrealismo, y su más grande artista, con Yves Tanguy– resulta ineludible. No era pues sin temor como pedí este último número, que por fortuna, si no está a su altura, tampoco desmerece, no llegando la música de fondo a repugnar y siendo las intervenciones y citas de los historiadores e historiadoras del arte bastante inocuas.
Jean-Claude Biraben,
A Toyen, 1972
Es un placer ver a Annie Le Brun y Georges Goldfayn hablar conjuntamente de su vieja amiga, pero es que también aparecen Alain Joubert, Anna Pravdová y Bertrand Schmitt, sin olvidar las filmaciones de los años 60 con André Breton y Jean Benoît, cogiendo ágatas o jugando a “Lo uno en lo otro”.
Se sigue, como hace el libreto correspondiente, una línea biográfica, y como único si no habría que apuntar la poca relevancia que se da a la profunda amistad entre Toyen y Péret, que la llamaba “la Baronesa”.
El documental, obra muy lograda de Dominique y Julien Ferrandou, tiene una duración de hora y media y está provisto de subtítulos en español y en inglés.
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Emila Medková, En el castillo La Coste, 1972

Cotéjese esta fotografía de Emila Medková con la pintura homónima de Toyen que, a la derecha de esta página, protege a “Surrealismo Internacional”, creo que exitosamente, de las asechanzas del conformismo.

“A Ideia”, 75-76

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¿Qué revista marxista se ocupa seriamente del surrealismo como hace la revista portuguesa de cultura libertaria A Ideia? La respuesta es: ninguna, y hace poco tiempo hasta veíamos en una de ellas a Gilles Bounore brindándole espacio al insepulto Hervé Télémaque para poder insultar la memoria de Jorge Camacho y de paso aprovechar para desmarcarse del surrealismo.
Los tres números últimos de A Ideia, dobles y anuales, han dedicado un espacio enorme al surrealismo, y no solo al portugués. António Cândido Franco ha percibido muy bien la conexión surrealismo-anarquismo y ha sabido señalar la inflexión que a fines de los años 40 se produce en París, coincidente además con la plena eclosión del surrealismo en Portugal.
“Surrealismo y satanismo poético” es el tema esencial del número (75-76), que de nuevo se centra en la generación del Café Gelo, o sea en el periodo que va de 1947 a 1974. En esta última fecha cae la dictadura, y pocos años posterior es una carta de Mário Cesariny intentando obtener A Batalha, revista clásica del anarquismo portugués, para enviársela a los Rosemont, sus grandes amigos de Chicago. Esta carta inédita del estandarte del surrealismo portugués no es la única de A Ideia, siendo la más valiosa la que, a los 24 años, le envía a André Breton, diciéndole: “Me siento apasionadamente unido al surrealismo, y lo único que deseo es encontrarme con usted”.
De las figuras del Café Gelo (1955-1962), el destaque va para Manuel de Castro, enfocado en un ensayo perfecto de António Cândido Franco. Pero llevaría mucho espacio reseñar toda este número, que es de una riqueza y variedad de contenido extraordinarios. Destaquemos principalmente, por lo que al surrealismo se refiere, la carta de António José Forte a A Ideia, la entrevista a Nicolau Saião, el artículo de Manuel de Castro sobre Gonçalo Duarte, una nota definitiva sobre Natália Correia y el surrealismo, una entrevista al Grupo Surrealista Galego (que se expresa en la red desde 2011) y la crítica que hace Laurens Vancrevel al lamentable congreso sobre el surrealismo celebrado en Lisboa en 2013. Ya por lo que a mí respecta, fue un placer leer la lista de frases y dichos sobre el Diablo en la cultura portuguesa, puesto que me hizo recordar inolvidables momentos de mis viajes en busca de su iconografía. La relación del viejo pueblo portugués con el Diablo puede expresarla mejor que nada la anécdota de la aldea miñota de Midões, donde hay una capilla en que la gente le deja limosna a él también, porque si hay que estar a bien con Dios no se debe estar a mal con el Otro. Se dice además que es para tabaco, lo que viene muy bien a esta sociedad de imbéciles que demoniza indiscriminadamente el placer de fumar mientras se llena los pulmones con sus propios vapores deletéreos. Sobre esto último, cómo no contar la historia del latonero de la Várzea, junto a Midões, que, harto del barullo de una moto, hizo una promesa al Diablo y el motociclista se mató aquel mismo día. Y es que en la iglesia de la Várzea estaba la siguiente imagen (hoy –o al menos cuando yo la fotografié, el 16 de diciembre de 1990– colocada en la calle, como escaparate, junto a la estación del tren), en que vemos al Maestro tentando con una sonsa pero hermosa hembra al pazguato San Bento (también me contó en Midões el señor Lopes que el Maestro fue visto en el cine que él daba en verano al aire libre y varias veces junto al río):


A Ideia le hace en este número, dentro de un dossier brasileño, un excelente “homenaje” a Sergio Lima, que consigue salvar (y ello es hoy algo casi milagroso) el escollo del academicismo, sin contar con ninguna de esas intervenciones putrefactamente profesorales que estudian lo vivo como muerto. Los ensayos de António Cândido Franco (“Sergio Lima, poeta del negror”) y Laurens Vancrevel (“El estado salvaje o la contribución de Sergio Lima a la práctica del surrealismo”) son admirables de lucidez, conocimiento, rigor y compromiso con la obra tratada, y los textos de Alex Januário y Miguel de Carvalho, sus colaboradores más directos en Brasil y Portugal respectivamente, se entrañan en su personalidad y su trayectoria riquísima, siempre al servicio del surrealismo, del que Sergio Lima es un baluarte desde hace medio siglo. Vancrevel concluye sus páginas con estas palabras: “Sergio Lima no solo ha contribuido al surrealismo con una obra excepcionalmente rica en poesía erótica, en collages y en dibujos desenfrenados y en ensayos que abren nuevas perspectivas, sino también con el modelo de un estado de espíritu salvaje, que sabe proveer al automatismo psíquico de nuevas energías creadoras”.
No falta el extenso y bellísimo poema de Carmen Bruna “Sergio Lima y el erotismo constelado de sus collages”, y también se incluye un misterioso texto mío, y digo misterioso porque no sé cuándo ni con qué motivo lo hice, habiéndomelo encontrado casualmente, en mis ya incontrolables depósitos documentales, al pedirme el director de A Ideia mi colaboración.
Dota de un valor ya formidable a esta sección de A Ideia la inclusión de un largo y detalladísimo memorial biográfico del propio Sergio Lima, acompañado de tres cartas a André Breton (reproducción facsímil) y de la reproducción de los textos de La Brèche en que él intervino. La primera carta es desde São Paulo y tiene entonces Sergio Lima 17 años; la segunda es cuatro años posterior –20 de octubre de 1961, 107 años exactos después de que nacieran con pocas horas de diferencia Arthur Rimbaud y Alphonse Allais– y es crucial, ya que Sergio Lima está en París y le manifiesta a Breton su deseo de conocer al grupo; y la tercera de 1962, ya encabezándola un “Cher André”. En suma, Sergio Lima, como Toyen en su película, sale de aquí a salvo y en toda gloria.
Una vez más me deshago en elogios a la labor de António Cândido Franco, quien a la vez mantiene el espíritu libertario con toda firmeza, sin concesiones algunas, y ha sabido descubrir y revelarnos lo muchísimo que de él hay en el surrealismo portugués (como lo hay, por lo demás en el surrealismo “mundial”, por usar la palabra de su maestro Cesariny).

7 collagistas que ama la Bella Inútil

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Collage redux, edición de La Belle Inutile, es una excelente muestra del collage surrealista actual, a través de los nombres de J. K. Bogartte, Miguel de Carvalho, Neil Coombs, Guy Ducornet, Rik Lina, Ribitch y Misiano-Genovese.
La presentación la hace Melanie Nicholson, y de cada uno de los antologados hay un texto sobre su práctica del collage. Melanie Nicholson, autora de Surrealism in latin american literature: Searching for Breton ghost, reseñado positivamente por Gérard Durozoi en Infosurr, aunque en su estudio no iba más allá de los nombres antiguos y hablaba al paso de “grupos neosurrealistas”, pergeña aquí una óptima introducción, reconociendo la vitalidad permanente del surrealismo y caracterizando bien la labor individual de los siete collagistas.
Las fotomorfosis de J. K. Bogartte hacen olvidar a veces que se trata de un poeta y narrador más que sobresaliente, pero aquí de nuevo resultan privilegiadas, en su calidad, por decirlo con sus palabras, de “forma de alquimia, de magia” y de “ejemplo del azar objetivo”. Las fotomorfosis pasaron del blanco y negro al color cuando la fotocopiadora fue sustituida por el escáner del ordenador, sin que ello supusiera merma alguna, tan inquietantes y turbadores son los resultados a través de un medio como del otro. En su texto, Bogartte señala lo que en ellas hay de ritual y conjuro, de deseo y revelación. Bogartte reside, hay la certeza, en Toyen Street, por lo que en todo lo que hace no es extraño sea lo habitual lo inesperado. Una de las imágenes reproducidas ya la presentamos en “Surrealismo Internacional”: Hijas solemnes de lo Análogo, y aquí tenemos ahora la fotomorfosis más reciente de las cinco que hay en Collage redux:

J. K. Bogartte,
 Soluciones eróticas para teorías imaginarias, 2014

De Miguel de Carvalho son cinco collages eróticos de la serie Tempo incerto –porque nada más incierto para los relojes, motivo de todos estos collages, que el tiempo abierto por Eros. La serie fue realizada en 2014, y los collages vienen acompañados de un texto que merece la pena ser traducido, por ser una brillante reflexión sobre su práctica general del collage, ineludible ya en el panorama de las dos o tres últimas décadas:
“En mi producción, el collage resulta de una especie de danza en que la mano y el inconsciente se rigen según el azar, en un acto de amor profundo extasiado por el impulso de fijar la imagen: una llamarada mayor que el fuego. Mi collage intenta ofrecer una orientación desprovista de preocupaciones estéticas y morales a través de la sustancia que se encuentra o que viene literalmente a parar a la mano.
El collage tiene una acción recíproca con su soporte, supraconsciente o racional, tal como el sol tiene interacción con la tierra, esta con el agua y el aire con la flor. Esta interacción de formas táctiles me da una nueva luminosidad emocional psicogeográfica evocando atmósferas líricas prisioneras, en parte, de mi concepción de belleza convulsiva y trascendente. Mis collages constituyen cuerpos que no se separan de la verdadera poesía. Son mis vivencias y mis deseos, mis montañas y mis horizontes fundidos en el silencio que viola el tiempo e incendia las nubes. Un collage mío conjuga también el agua y el fuego, la cama y los amantes. Procuro desembocar con mis collages en un laberinto de espejos, tornando el abismo iluminado.
Cada collage es una mirada, una ventana, una baranda interior del deseo que avizora lo más hermético del paisaje poético. Una floresta donde el viento no canta sino concentra aleatoriamente las hojas dispersas por el tiempo.
Mi collage es una acción inmediata, al paso que el dibujo y la pintura son una reflexión. Podría elaborar dibujos a partir de mis collages mas perderían todo el sentido del azar y de la espontaneidad, del momento y de su objetividad emocional. El collage constituye para mí un impulso de atención visual perpetuada e interrumpida por el instante de la eternidad. No es un capricho de la fantasía, sino un relámpago. Un resplandor que aflora del inconsciente presentándome lo que existe en él bajo la alucinación provocada por la libido”.

Miguel de Carvalho,
Tempo incerto IV, 2014

“Nuestra percepción del mundo es construida por secuencias de imágenes” y “comprendemos el mundo no a través de imágenes aisladas sino a través del collage”, escribe Neil Coombs en su breve nota sobre su práctica collagista. Dos de los ejemplos mostrados ya eran conocidos, al estar en The phantoms of surrealism, una de las más originales contribuciones al surrealismo aparecidas en los últimos años; son El fantasma de Cork Street (donde estuvo la London Gallery dirigida por Mesens) y La muerte del tatcherismo en Britania, cuya enorme pierna femenina emanada de un techo de paja parece haber venido viajando desde alguno de los collages de Miguel de Carvalho. Así, lo flamante aquí son las dos cubomanías, que se unen a las espléndidas muestras de Richard Waara para mostrar la fecundidad de una invención que no había sido suficientemente explorada sino por Luca. Una de ellas trabaja con uno de los rostros de mujer más conocidos de Leonardo da Vinci, el de la dama del armiño (Jorge Camacho, autor de El erotismo profanatorio de Leonardo, se hubiera interesado mucho por esta transformación de una imagen leonardina en que ni siquiera falta el motivo de los dedos), y la otra con un rostro más moderno:

Neil Coombs, Hair cubomania, 2014

Sobre los collages de Guy Ducornet, tan diferentes a todo lo que se hace o ha hecho en este vasto territorio, nada mejor que traducir sus propias palabras:
“El collage tal y como yo lo practico comienza siempre en la especie de banco de datos que me he constituido desde hace muchos años, a partir de innumerables fragmentos y elementos fotográficos y de impresos o de documentos de todo tipo. La mayor parte de ellos han perdido desde hace tiempo sus funciones representativas en beneficio de formas simplificadas, de estructuras depuradas, de variantes de colores o de texturas innumerables cuyo único denominador es haber sido reunidas de manera fortuita, al azar de las circunstancias de una vida agitada y nómada, al azar de los deseos de un total automatismo, sin ninguna decisión consciente aparente –antes de ser reducidos y recortados lo más rápidamente posible y sin otro fin preciso que poder (quizás) eventualmente ser útiles como elementos libres (al modo de los electrones del mismo nombre) en un nuevo conjunto que parece a punto de constituirse como por acto de magia... A veces en ese estadio, un cierto «sentido» o una cierta «dirección» pueden aparecer y ser comunicados a otros espectadores curiosos... Y si ese proceso totalmente libre me interesa y me cautiva tanto y desde hace tanto tiempo, es porque revela accidentalmente conexiones imprevistas e imprevisibles entre formas que pertenecen a un micro-universo cuyos elementos son quizás susceptibles de ser comunicados, transmitidos (o no) o revelados a todo espíritu cultivado curioso y aun sediento de lo maravilloso y de lo imaginario”.

Guy Ducornet, Malassis nº 1, 2014

Para Rik Lina no hay limitación de medios expresivos, ni frontera alguna para el automatismo. En su nota, refiere cómo vuelve al collage cada vez que no pinta, porque “la interminable corriente de las imágenes a través de mi estudio no puede ser interrumpida”. De 1996 es Mohusai, de 1998 Ligeia y de 2007 Oscura aventura, Yun jung kim y Birdsong, esta última una pieza maestra de sencillez poética, con ese sabor oriental de sus trazos caligráficos en tinta china, ese grafismo específico que encontramos en muchas de sus creaciones. Pero veamos, con los rostros simultáneos de Ligeia y Lady Rowena, la celebración genial de Poe a través de su cuento favorito, considerado por algunos críticos como el eje de toda su obra:

Rik Lina, Ligeia (Homenaje a E.A. Poe), 2014

Melanie Nicholson, al referirse a la fabulosa imaginación gótica de Ribitch, escribe que sus paisajes recuerdan las fantasías marinas de Maldoror. Los seis collages incluidos son de 2014, y se titulan Mar profundo, Laberinto de fantasmas, Carta del Dr. Lavish, Montón de calaveras y Quantum electro-morphous. No resulta inadecuado señalar ya que una de las características llamativas de este septenario de collagistas surrealistas es precisamente la diversidad que ofrecen, pero a la vez surgen curiosas asociaciones, como entre los dos primeros collages (que es a los que cabe la observación de Melanie Nicholson) y las fotomorfosis de Bogartte.

Samuel Ribitch, Carta del Dr. Lavish, 2014

Por último, Richard Misiano-Genovese, quien insiste en que no busca nunca impactar, sino dejarse llevar por el inconsciente y el azar, da ejemplos de sus “autobifurcaciones” y sus “aproximaciones”, como podría darlas de otros procedimientos suyos, ya que estamos ante un inventor incesante. (Quizás Misiano Genovese se enfrente con sus imágenes eróticas no solo al biempensantismo oficial, sino al de algunos de sus propios compañeros de armas, ya que se ha ido creando un cierto surrealismo casto, pudibundo, temeroso de que el racional-progresismo universitario e intelectual en general lo acuse de “sexista”. Quién lo iba a pensar...) Con Mujer mecánica en estado de gracia, es a los collages de Miguel de Carvalho a donde volvemos.

Richard Misiano-Genovese,
Mujer mecánica en estado de gracia, 2015

Collage redux, pese a su carácter excepcional en sí, no deja de ser sino una de las muchas muestras posibles del collage surrealista actual, tal es la riqueza de la permanencia y de la renovación de este medio expresivo en las huestes del surrealismo. Entre los nombres a que nos hemos venido refiriendo en estas páginas, son muchos los que podemos enumerar: Alex Januário, Sasha Vlad, Dan Stanciu, Richard Waara, Renato de Souza, Enrique Lechuga, Jhim Pattison, Byron Baker, David Coulter, Michael Richardson, Pierre-André Sauvageot, Nelson de Paula, Maria Regina Marques, John Welson, Kathleen Fox, Rodrigo Verdugo, Janice Hathaway, Ron Sakolsky, Amirah Gazel, Katerina Kubiková... Y a ellos debemos añadir nombres de “veteranos” como Ludwig Zeller, Sergio Lima, Zuca Sardan, John Welson, Gregg Simpson, John Digby o Martin Stejskal, y de figuras próximas al surrealismo como Lou Dubois, Laure Missir, Stanislas Rojanski o Aube Breton.
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